viernes, 9 de septiembre de 2011

La Mansión del Conde Cánibe (Parte II: La Maldición)

Nunca se le había pasado por la cabeza analizar esas desapariciones. Eran lamentables, sí, pero ese tipo de cosas solían pasar. Más aún si la gente andaba por esa zona de noche…

Eso… Todos habían desaparecido caminando por ahí en la noche. Pero eso no era nada muy raro. ¿Podría haber algo más? Damon había empezado a sudar. Por alguna razón buscaba coincidencias entre los desaparecidos como si de eso dependiera su vida. El Conde Cánibe lo observaba, paciente, bebiendo de su cáliz de madera.

¿Qué podrían estar haciendo todas esas personas caminando por ahí en la noche? En una comunidad tan pequeña las noticias, los chismes corrían muy rápido. Algo tenía que haber escuchado… Algo…

-  Todos habían sido invitados a cenar con usted- las apalabras salieron de su boca casi de manera automática, antes de que él entendiera lo que significaban- su respiración se aceleró y sus ojos se clavaron en el Conde, mientras deseaba que sus palabras no fueran ciertas.

-  Eres un hombre inteligente, Damon- el conde parecía divertido.

-  Pero usted siempre dijo que ellos no habían llegado a su palacio- Damon estaba empezando a sentirse débil a causa del pánico ¿o era por la comida?

-  Eso dije. Es mi palabra contra la de cualquiera de ustedes- el Conde terminó el contenido de su cáliz y lo saboreó con gusto-. Verás, Damon, es algo de lo que no estoy precisamente orgulloso o feliz. En mi último viaje me topé con una extraña mujer que aparentemente siente odio hacia cualquier ser con dinero o un título nobiliario o ambas. Esa mujer me vio pasar y me lanzó una maldición… No recuerdo las palabras exactas Damon, pero en líneas generales, ella me condenaba a no poder saciar mi hambre ni mi sed como lo hacen las personas normales… Sino con la carne y la sangre de mis iguales…

-  E-eso… Eso es horrible, señor- tartamudeó Damon, quien había perdido todo el color de su cara.

-  Ciertamente es horrible, Damon- el Conde miraba al vacío, mientras paseaba sus dedos por los grabados del cáliz de madera-. Al principio no le hacía caso. Pensaba que eran más habladurías, supersticiones sin sentido. Sin embargo Damon, por insólito que suene, la comida de aquí no me saciaba… No sentía ni el vino ni el agua pasar por la garganta cuando los bebía… Y la maldición de la mujer retumbaba en mis oídos.

El corazón de Damon latía a una velocidad insospechada. Era por eso que el Conde no había comida nada, no tenía sentido comer algo que no le quitaría el hambre. Y si ninguna bebida podía refrescarle o mitigar su sed, entonces aquello en los cálices… Damon vomitó sobre la mesa.

-  Supongo que eso es porque te acabas de dar cuenta de que lo que acabas de tomar es sangre- dijo el Conde Cánibe, otra vez con todo divertido-. Tardaste menos que los demás en enterarte… Más específicamente, era la sangre de Dora… Bastante buena, por cierto…

-  Usted… U-usted es un monstruo- Damon apenas podía articular las palabras. La mezcla de miedo y rabia que experimentaba en ese momento no lo dejaba pensar con claridad- ¿Por qué nosotros?- fue lo que alcanzó a preguntar.

-  Eso es más sencillo, Damon. Simplemente estaban cerca. Tan sencillo como eso… Debo comer carne humana y tengo a un montón de campesinos viviendo en mis tierras… Es sencillo… Ustedes estaban allí en el momento y lugar adecuados… O equivocados, dependiendo del punto de vista desde donde lo veas- el Conde sonrió.

Damon intentó moverse, escapar, defenderse, pero se encontró con que no podía mover su cuerpo. Estaba postrado en aquella silla, paralizado. El pánico lo había llevado a las lágrimas.

-  No hay manera de que escames Damon- dijo el Conde, sereno-. En todo lo que comiste y bebiste hoy, hay un potente sedante que ya debe haberte paralizado el cuerpo. No sentirás nada. Bueno… casi nada.

-  Usted es una bestia, un animal, un degenerado… No tiene perdón…

-  Damon… Damon, no me digas eso. Recuerda que yo no decidí ser así… No es mi culpa…

Lo último que vio Damon fue al Conde Cánibe caminando hacia él, con una horrible sonrisa y un hilillo de saliva bajando por la comisura de su boca. Tenía hambre. Era hora de comer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario