domingo, 23 de agosto de 2015

Anhelos burgueses

- Quiero unos boxers que cuestan entre 2 y 8 mil bolívares.

- Quiero unos pantalones que cuestan 12mil bolívares.

- Quiero unos zapatos que pueden estar, fácil, en los 20mil bolívares.

- Quiero un libro que cuesta 2500 bolívares.

- Quiero otro libro que cuesta 5mil bolívares.

- Quiero un tercer libro que cuesta 12mil bolívares.

- Por un error, en la librería me dijeron que un libro que quería costaba 28mil bolívares. Quisiera que eso me hubiera sorprendido e indignado, pero no fue así. Me pareció normal.

- Quiero una consola de video que puede costar entre 150 y 300mil bolívares.

- Quiero una computadora que puede costar 200mil bolívares.

- Quiero alquilar un anexo que, con precio de familiares y amigos, podría estar entre los 20 y los 30mil al mes. Hay unos más baratos, pero quiero ese.

- Quiero un carro que cuesta unos 2 millones de bolívares.

- Quiero irme del país, pero el pasaje cuesta una cantidad absurda que ni siquiera conozco.

- Quiero no sentirme culpable por lo que anhelo.

- Quisiera que lo que me gusta hacer estuviera mucho mejor remunerado.

- Quisiera no estar tan decepcionado del presente ni preocupado por el futuro a los 23 años.

- Quiero una paz que cuesta un desarraigo.

- Quiero un país que cuesta un transplante de cultura.

- Quiero una vida que puede ser tan cara como cualquiera de mis anhelos o tan barata como cualquiera de las boberías que cargo encima.

martes, 18 de agosto de 2015

El Tipo: un auténtico ejemplar venezolano

I
La masa de cuerpos exhaustos camina de forma automática por la transferencia entre Plaza Venezuela y Zona Rental. Suben el pequeño tramo de escaleras sintiendo que cada escalón los acerca más a sus hogares. De repente, como si se tratara de una especie de Holocausto creado por un Hitler urbano, caen encerrados en una cámara de gas. Un peo. Una flatulencia con tamaño, peso y densidad. La pestilencia los envuelve y los hace escupir improperios contra aquel que no pudo controlar sus intestinos. No pueden evitarla, porque no saben de dónde viene. No pueden evitarla, porque hay tanta gente, que moverse hacia los lados no es una opción. Lo huelen hasta que se disipa… o hasta que se acostumbran.
Unos escalones más adelante, El Tipo se ríe con picardía por su ocurrencia. Se regocija con los comentarios de molestia que llegan a sus oídos. El Tipo lo ha vuelto a hacer. “Y lo que les espera para el vagón”, piensa.

II
El Tipo se despierta a golpe de cuatro de la tarde. Los aromas del anís y el vodka barato aún revolotean alrededor de su armatoste de cuerpo. Se come tres arepas con mortadela que le ha hecho su abnegada madre, se toma una taza de café bien resuelta y se siente pleno. Allá los vecinos que dicen que no encuentran nada, que dicen que hace meses no saben lo que es una tacita de café por las tardes. Ve con orgullo el bulto de Harina Pan que hay en su despensa y los incontables paqueticos de cuarto de kilo de café.
Luego de reposar un poco, sale a la calle a ver qué se consigue. Estudia las colas, saluda a vecinos y a compañeros de faena. El Tipo encuentra un botín perfecto: pañales. El camión apenas está llegando a la farmacia de la zona. De inmediato saca un cuaderno y anota a las personas para organizar la distribución de productos. En una hora, ya la repartición está lista para la madrugada siguiente.
El Tipo no tiene hijos pequeños.

III
Nuestro héroe nunca ha hecho una compra en dólares, pero sabe a la perfección cómo lucen los billetes norteamericanos; sabe muy bien lo que supone manejarse con la codiciada moneda. Chanchullos van y vienen. Algunos de ellos ni siquiera son del entendimiento de El Tipo. Pero ahí va. Firme.
El Tipo es el gran beneficiario del control cambiario. Todos los días le prende una vela a sus santos para que la regulación se mantenga.

IV
El Tipo sabe cómo tratar a aquellos que no se apegan a las normas que, con trabajo duro, ha establecido. Se asegura de que las cosas se hagan como le gustan. Cuando la gente lo ve de lejos, reprendiendo a un empleado, hablándole con fuerza a un familiar o amenazando a un amigo, comentan “por eso es que a ese Tipo se le dan las cosas; porque pone carácter”.
Muchos lo ven con anhelo en los ojos y envidia en los bolsillos. Quieren ser como él.

V
El Tipo se reclina en su silla y apoya los pies en el escritorio. Las elecciones solo fueron un trámite. La gente lo quiere porque es dicharachero y vivaracho. Se ríe con despreocupación y le da una nalgada a la secretaria cuando sale. Ella se sonroja y sonríe. El corazón le late fuerte cuando El Tipo se le acerca y le habla en la pata de la oreja. La cantidad de mujeres que sueñan con un tipo como El Tipo, es incalculable.
Nuestro protagonista se sabe importante, por lo que todo trámite que pase por su oficina deberá llevar su firma para ser validado. Si no, se devuelven los papeles. Sabe también El Tipo que debe evitar que otros que están en la posición en que él estuvo, pueden lucrarse de la situación así como él lo hizo, así que comienza con las represiones y restricciones.
Mientras tanto, sigue aprovechando las oportunidades –ahora más frecuentes y tentadoras– y sigue llenando sus bolsillos.

VI
El Tipo da gracias a la vida por haber nacido en el país en que lo hizo. No se iría jamás. Está a gusto y feliz.

El Tipo triunfa.