viernes, 7 de enero de 2011

La Caída

Pesadas como si estuvieran hechas de plomo, cayeron al suelo mis alas. Hicieron un terrible estrépito como para que todos se dieran cuenta de que habían caído, que se habían separado de mí.

Lloré. En silencio, pero lloré. Lloré porque me pareció lo mejor. Lloré porque fue el único consuelo efectivo que encontré. Lloré porque pensé que, una vez que mis alas habían sido mutiladas de esa manera, no había nada que pudiera hacerme parecer más vulnerable en ese momento. Lloré porque me dolía, porque las heridas iban más allá de lo físico.

Me sequé los ojos y miré al cielo, un cielo en el que no volvería a volar por un tiempo. No volvería a sentir los rayos del sol ni el viento chocando contra mi cara. En ese momento podría haber dado cualquier cosa por un vuelo más… sólo un vuelo más.

Mucha gente comenzó a acercarse. Veían con cara de tristeza mis alas en el piso. Intentaban reconfortarme, pero ninguno entendía la gravedad del asunto. Las heridas eran profundas, pero nadie más que yo podía verlo. No es que no quisiera ayuda, pero en ese momento ninguno podía hacer nada al respecto.

Cuando por fin tuve el valor suficiente, levanté la mirada y ahí estaban sus ojos. Se veían tristes también y empañados por lágrimas como los míos, pero estaban seguros., Me infundieron esperanza. En sus ojos pude ver el comienzo de un nuevo vuelo, uno largo y realmente placentero… En sus ojos vi el posible renacer de mis alas… En sus ojos vi esperanza…