jueves, 8 de agosto de 2013

El Rayo (Perspectivas)

Foto por: Karen Vanessa Pita
Desde lo alto de la montaña, para Juan aquello era un espectáculo hermoso. Un camino de luz partiendo el cielo en dos y que caía en algún punto recóndito de la Tierra. Una infinidad de formas desconocidas, escondidas en las profundidades de aquellas oscuras noches sin luna, habían sido develadas ante el joven Juan por esa generosa y momentánea cascada de luz. La imagen se quedó tatuada en su retina y su memoria por siempre.

Abajo, en la Aldea, la pequeña Marta lloraba y gritaba desconsolada. Aquel poderoso rayo que había despertado a todos alrededor, había aterrizado justo en su casa. El techo salió volando y las paredes de madera ardieron con una facilidad alarmante. Su padre, su madre y sus hermanos pequeños se quedaron atrapados en aquel mar de humo, llamas y escombros. Ella fue la única sobreviviente a la inclemencia del trueno devastador. Las llamas se quedaron tatuadas en su piel y su memoria por siempre.

En su palacio en el Olimpo, el gran Zeus organizaba una de sus legendarias bacanales. Todos los dioses, incluso Hades, celebraban por una razón que ni el mismo Tonante conocía. Ganimedes llevaba Néctar y Ambrosía de un lado a otro y eso era lo único que importaba. Ya entrada la noche, Zeus, un poco ebrio por el efecto del Néctar, tropezó accidentalmente con su hija Minerva. En el choque, uno de sus truenos se soltó de su cinturón y fue a parar a una pequeña aldea presidida por una majestuosa montaña. Ninguno de los dioses se percató de ese incidente. Aquella fiesta épica, a diferencia del rayo perdido de Zeus, se quedó por siempre tatuada en la memoria de todos los presentes.