viernes, 19 de agosto de 2011

Carta (Perdido Entre Recuerdos)

Buenas noches, amigo del alma.
Espero que estés bien en esta fría noche; noche extremadamente fría, a mi parecer, para ser una noche de verano... ¿o es otoño ya? La verdad no estoy seguro. No estoy seguro de nada por estos días. No puedo estar seguro ni de mis palabras, aunque las esté escribiendo, como ahora, y pueda revisarlas más adelante. No puedo estar seguro de nada que surja de mi mente, pues mi mente ya está expirando. No puedo estar seguro ni siquiera de haberte saludado. Buenas noches, hermano, amigo del alma. Qué noche tan fría en esta primavera.

Frente a mi, en mi escritorio, veo un montón de cartas con tu nombre. No puedo estar seguro de si son cartas que me has enviado y no me he dispuesto a leer, o son cartas que te he escrito y no he tenido la lucidez de enviarte. Cualquiera que sea el caso, no las he abierto, pues me aterra su contenido. Me aterra el hecho de que esas cartas confirmen mi creciente demencia.

Veo esas cartas y por alguna razón recuerdo a tu madre. Qué grandiosa mujer. ¿Podrías saludarla de mi parte? Tienes suerte de la madre que tienes, tan sabia, tan audaz, siempre con el comentario adecuado en el momento adecuado. Tu madre... Cómo lamento su muerte. Parece mentira que haya pasado tanto tiempo desde que murió. Oh, qué consuelo me traería escuchar los consejos de tu madre, como los escuchaba hace un par de días. Qué consuelo le traería a esta mente divagante escuchar sus consejos.

Espero que estés bien, hermano, tú y los tuyos. Supe de tu nuevo hijo. Otro varón. Qué dicha. Espero que caigan sobre él todas las bendiciones del cielo. Tu madre ha de estar emocionadísima por su nuevo nieto. Tu madre... Qué mujer... Salúdala de mi parte.

Amigo has de saber que me encuentro perdido. Perdido en mis pensamientos, perdio en mis palabras, perdido en mis recuerdos... Y mis recuerdos se me pierden mientras trato de ubicarme. Desearía haber muerto antes de entrar en este infierno. No tienes idea de lo desesperante que es. Estoy perdido, hermano mío. No me encuentro ni en mi arte. No reconozco mi letra, mis trazos. Casi no reconozco mi rostro y apenas puedo reconocer las voces de las personas con las que vivo. Es un infierno.

Amigo, ¿recuerdas aquella tarde invernal, no muy diferente de esta, cuando reíamos y bromeábamos sobre nuestro futuro? Éramos jóvenes y ambiciosos. Sólo deseábamos un retiro tranquilo y disfrutar de la gloria de nuestras obras. Yo no puedo cumplir ese sueño, pues mis propias obras me resultan ajenas. Ojalá tú sí puedas...

Dicen que nadie muere de verdad, ni nada está totalmente destruido, mientras haya alguien que le recuerde. Pues bien amigo en mío, en ese caso yo soy la muerte entonces, pues en mí mueren todos los recuerdos. No existen las memorias.

Ahora me encuentre frente a esta hoja de papel con tu nombre en el encabezado y supongo que te estoy escribiendo una carta... ¿o ya la había terminado? De cualquier manera, buenas noches, amigo del alma. Una noche extremadamente fría, a mi parecer, para ser una noche de verano... ¿o es otoño ya? La ver dad, no estoy seguro...

sábado, 13 de agosto de 2011

Crónica de un Suicidio

El grito de "¡eres un inútil!" de su padre, todavía retumbaba con fuerza en su cabeza; y la mirada de decepción de su madre pesaba sobre él, igual que unos minutos antes. Les dejó sentir su ira con un portazo que de seguro se escuchó en todo el vecindario. Se paró de espaldas a su casa, limpió las lágrimas que brotaban llenas de ira de sus ojos, respiró hondo y empezó a caminar, con determinación, hacia ese destino que ya había seleccionado para sí mismo un tiempo atrás.

Algo debió haber hecho en su vida pasada. Algo grande y malo, pues esta vida que le habían dado era totalmente un asco. Padres que no lo apreciaban, amigos falsos, un trabajo que apestaba, una universidad inservible… un fracaso tras otro… por más que intentaba no había manera en que esas muy pequeñas cosas buenas que se suponía había en su vida, pudieran opacar todas las cosas malas que estaba seguro que existían.

Pisaba con fuerza mientras caminaba a paso rápido. Pisaba con ira, como intentando que el mundo sufriera de igual manera a como él estaba sufriendo. La gente lo miraba, como si fuera un animal extraño. Siempre lo hacían. Por lo general no les hacía caso, pero ese día sus miradas sólo hacían que estuviera más seguro de su decisión. Llegó a la estación de metro y pidió un boleto de ida únicamente, pues no pensaba volver.

El andén estaba algo lleno para esa hora, sin embargo eso no pareció ser un inconveniente; tal vez si había gente viéndolo se sentirían un poco culpables. Un poco de nerviosismo lo atacó, pero supo disimularlo y concentrarse en su objetivo.

Vio la pequeña pantalla que colgaba del techo… quince minutos… sólo quince minutos para la llegada del tren… quince minutos y la cara de ira y decepción de sus padres aparecía con cierto aire de tristeza en su cabeza.

Diez minutos… y la imagen de su jefe echándolo apareció de la nada en su cerebro… diez minutos y las voces de sus profesores reprendiéndolo por su bajo rendimiento sonaron con fuerza en sus oídos.

Cinco minutos… la escena de su novia besándose con su mejor amigo no tardó en aparecer, acompañada del estúpido “esto no es lo que parece” de ella y de la risita burlona de él.

Un minuto… y después de saltar… ¿qué? Y todas esas metas inconclusas ¿qué? ¿Realmente era mejor escapar en ese momento? ¿Cómo quedaría su imagen si lo abandonaba todo a ese punto?... Sonrió…

Caminaba con paso firme de vuelta a casa, con una gran sonrisa en su cara. Ver la pequeña luz del tren aparecer por el túnel fue, de alguna manera, revelador para él. Se dio cuenta de que la verdadera diversión de la vida estaba en todos los problemas que ésta traía consigo… de resolverlos. De mantener sus sueños en mente y abrirse paso entre la adversidad para lograr el éxito.