sábado, 9 de julio de 2016

Seaside

A veces deseo estar en una playa europea. Pero no me refiero a una del estilo de Ibiza u otro paraíso mediterráneo por el estilo. A veces deseo estar una playa europea de las que son grises, con guijarros en lugar de arena. Esas playas europeas a las que la gente va con suéter y hace fogatas cuando aún no termina de caer la noche. A veces deseo estar en una de esas playas europeas donde los personajes perturbados de las películas van a fumar marihuana, tomar cervezas y dejar las botellas por ahí, como rastro de su desidia y su dejadez.
Me gustaría estar en una de esas playas, escuchando el cansado rumor de sus olas. Unas olas que traen ecos de vikingos y británicos, ecos de celtas y de normandos. Porque, por alguna razón, todos esos títulos, todos esos nombres, todos esos hombres, todos esos sonidos, me suenan a melancolía. Y esa melancolía resuena conmigo. Y así hacemos armonía todos, olas, playa, guijarros, nórdicos, César.
Me imagino con un suéter gris y una capucha cubriéndome la cabeza. Las manos en los bolsillos, los hombros arriba, pateando piedras mientras camino. Esa parece ser la forma correcta de transitar ese tipo de playas. Además me imagino todo como parte de una escena cinematográfica, por lo que mi presencia llena de una reflexión aparente en aquella playa de melancolías y tristezas debe ir acompañada por una banda sonora.
“Seaside”, de The Kooks. Esa pieza cuenta con la carga emocional necesaria para completar mi escena de ensueño. Tiene que ser. Me veo lanzando piedras al mar, mientras los acordes de guitarra hacen acto de presencia y la voz de Luke Pritchard, con ese tomo ahumado y nasal que siempre atribuyo a los cantantes británicos, hace su sugerente invitación: “Do you want to go to the seaside?”.
El coro también calza justo con la escena: “I’m just trying to love you in any kind of way”. Y en esa playa gris y fría, en esa soledad que me acompaña dentro de la escena que me imagino de vez en vez, le canto esa frase a mi ex-novia; se la canto a la chica que me gusta. Se la canto a Venezuela. Desde una distancia más emocional que física. Me gustaría estar lejos. Me gustaría ver el desastre desde otra acera. Me dirán cobarde y lo acepto con tranquilidad y humildad. Soy un cobarde. Estoy aquí hoy porque no me queda de otra, pero desearía poder huir y dejar todo esto atrás. Desearía poder seguir la realidad a través de Instagram, de Twitter, de Facebook. Ojalá esto no fuera tan real para mí. Me gustaría poder decirle a Venezuela: “But I find it hard to love you when you’re so far away”. La distancia sería una excusa perfecta para tanto desamor. Sería más fácil así.
Ese álbum tiene unos sonidos interesantes. “Inside In/Inside Out” mezcla muy bien ciertos elementos de esa tristeza que para mí es tan característica de los británicos, con sonidos bastante alegres y hasta festivos. Pero siempre le puedo encontrar lo azul, lo frío, lo melancólico (¿cuántas veces he escrito esa palabra ya en estas páginas?).
Luego de “Seaside” suena “See the World”. Mientras que “Seaside” es una balada suave, íntima, con una belleza delicada y una atmósfera apenas eludible. “See the World” aumenta el tempo, aumenta el volumen, aumenta la energía. Sin embargo, su invitación me sigue manteniendo en un estado similar al que me ha dejado la anterior. La canción comienza diciendo “Do you want to see the world?” La respuesta a una pregunta como esa siempre es sí, sí quiero conocer el mundo. Sí quiero explorarlo, sí quiero perderme en calles desconocidas, sí quiero escrutar los rostros y los detalles de personas procedentes de culturas distintas.
¿No es siempre “conocer el mundo” la propuesta ideal, la respuesta a todo? Cuando estamos enamorados lo prometemos. “Quiero conocer el mundo contigo, visitar cada recodo del planeta tomado de tu mano. Quiero mochilear a tu lado, que seas mi único equipaje”. (Y luego encuentro frases como ésta que me responden a la pregunta de por qué sigo soltero). Cuando estamos enamorados queremos ponerle a cada ciudad de la Tierra el filtro a través del cual estamos viendo nuestra realidad, queremos que todos los colores del universo sean tan brillantes como los que estamos experimentando en ese momento. Queremos que la luz de la persona que tenemos al lado brille en cada rincón.
Pero cuando estamos despechados, “conocer el mundo” también puede ser una respuesta. Tomar una maleta, meter un par de piezas de ropa y lanzarse a la aventura. Conocer gente nueva, quién quita y una finlandesa se enamora de mí, tener unos meses de pasión escandinava, partir para siempre. Experimentar la sensación de ser exótico en una tierra foránea, de ser un extraño en tierra extraña. Poder sanar las heridas que va dejando el amor a punta de sellos en el pasaporte.
Pero una vez más aparece Venezuela en el medio. Viajar está fuera de todo presupuesto. Salir del país es demasiado cuesta arriba. No hay forma, en este momento, de que en mi casa podamos comprar un solo pasaje de avión para cualquier lado. Esa cantidad de dinero no existe. Y si existiera, tendríamos que destinarla a comprar comida, medicinas. Me quiero ir del país, como muchos. Quiero perderme de todo este desastre, sentir que estoy avanzando en otro lugar. Siento nostalgia por el presente que no tengo aquí, siento nostalgia por el futuro que no estoy construyendo aquí, siento nostalgia por el presente que no estoy construyendo en otro lado. Me siento abandonado por mis amigos que se han ido, pero a la vez no puedo estar más feliz por ellos y por lo que están logrando con tanto esfuerzo.
Por ahora, mi sueño de estar en una de esas playas grises europeas se queda en eso, un sueño. A veces se mezcla con el recuerdo de la vez que pude pasear por una playa en Niza, Francia. Porque en algún momento pudimos. En algún momento pudimos salir. A veces le grito al César de 2008 “¡Piérdete! ¡Quédate por ahí!”
Venezuela tiene playas hermosas, llenas de mujeres hermosas, de escenas hermosas con familias compartiendo. Pero ahorita Venezuela y yo no nos llevamos tan bien. Necesito la melancolía de una playa gris europea. I want to go to the seaside.