jueves, 8 de septiembre de 2011

La Mansión del Conde Cánibe (Parte I: La Cena)

La noticia de que el Conde quería verle corrió como la pólvora. En aquellas tierras ese era más o menos el mayor logro al que un hombre de su clase podía aspirar: una cena con el Conde Cánibe. A pesar de todas las historias horribles que corrían por ahí acerca de su maldad, atrocidad y falta de corazón, él era el dueño de aquellas tierras y había que mostrarle respeto y admiración.

Desempolvó sus mejores ropas. Aquellas que esperaba usar únicamente en los matrimonios de sus hijas y esperaba que le pusieran en su funeral. Pero esta ocasión ameritaba ese lujo. Si bien su traje estaba raído por las polillas y olía a humedad, esperaba que el Conde Cánibe tomara en cuenta lo que significaba estar utilizando ese traje.

Se preguntaba exactamente qué era lo que había hecho que el Conde posara su atención en él. Sin embargo aquello era más o menos una pregunta retórica. Él tenía una idea bastante clara de por qué había recibido aquella invitación: sus cosechas  habían sido las mejores de aquella región en los últimos tres años. De seguro el Conde quería conocer al genio detrás de todo ese éxito. Tal vez quería darle un bono especial, felicitarlo y agasajarlo directamente. Cuando llegó la hora, su esposa e hijos lo despidieron como a un héroe que parte a una campaña heroica.

El palacio del Conde Cábibe era una mansión enorme de tres pisos, con un extenso jardín en frente custodiado por una exquisita verja de bronce que exhibía un gran cuervo encima de la puerta. Ciertamente aquella edificación era imponente y atemorizante, pero lo que esperaba detrás de esas puertas lo impulsaba hacia adelante.

Las puertas se abrieron aparentemente solas al momento en el que pisó el umbral, dando  paso a un largo pasillo apenas iluminado por unas cuantas velas. El techo era tan alto que las luces no alcanzaban y el suelo emitía un tenue per firme y consistente eco con cada paso que daba.

-       Por aquí Damon. Al final del pasillo. En el comedor- dijo una suave voz masculina que resonó en el pasillo.

Damon se sobresaltó un poco al oírla, pero empezó a caminar inmediatamente para encontrarse con su señor.

El comedor era una estancia amplia. Sólo había un par de cuadros en las paredes y, al igual que el pasillo, las velas que había en las paredes sólo lo iluminaban parcialmente. En el medio de la sala se encontraba la mesa del comedor. Era larga, aunque no tanto como Damon se la había imaginado, y estaba presidida por una magnífica silla alta tallada en los posa brazos y el espaldar.

-  Aquí- se limitó a decir el Conde, con su voz que parecía acariciar las palabras mientras estas salían, señalando la silla que estaba a su derecha-. Siempre me pregunto por qué tengo una mesa tan grande si solo yo voy a comer. A veces invito a alguno de mis criados a cenar conmigo…

-  Eso es bastante generoso de su parte, señor- dijo Damon muy educadamente, mientras se sentaba con cautela junto al Conde.

-  Al contrario. Ellos son los generosos. Casi nadie quiere comer conmigo, dadas las historias que andan corriendo por ahí- el Conde sonrió ampliamente y Damon se limitó a asentir tímidamente con la cabeza-. Pero de eso hablaremos más tarde. Me imagino que te estás preguntando por qué el Conde Cánibe ha invitado a un simple campesino a cenar con él…

-  El recibir una invitación de su parte es un privilegio que un hombre como yo no debe cuestionar, señor- comenzó Damon, con el temor y la admiración plasmados claramente en su voz-, pero igual no puedo dejar de preguntar el por qué, dado lo inusual de esta situación.

-  Claro, claro. Es comprensible- el Conde volvió a mostrar su encantadora e intimidante sonrisa-. Está bien que te preguntes cosas, Damon. De las preguntas que nos hacemos es que abandonamos la ignorancia y partimos hacia la sabiduría. Recuerda eso siempre.

-  S-sí señor. Sabiduría- contestó Damon, titubeante.

-  En fin. La razón por la que te llamé Damon, en principio es porque, como ya te dije, yo vivo solo acá y de vez en cuando me gusta tener compañía para la hora de cenar. No es agradable comer solo- en la voz del Conde podía percibirse, muy sutilmente, cierto dejo de tristeza, de melancolía-, entonces llamo a alguno de los campesinos que habita mis tierras para charlar un rato y ponerme al corriente, de primera mano, de todo lo que sucede, de lo que se habla…

-  ¿Por qué habría de interesarse usted en lo que pasa con nosotros, señor?- preguntó Damon, realmente extrañado.

-  Ah, Damon. Ustedes piensan que soy un monstruo despiadado ¿cierto?- soltó una risita triste-. Pero lo cierto es que ustedes me importan, Damon. Son mi gente. Ustedes son parte importante de mis ingresos, de esta riqueza que ves a tu alrededor. Debo asegurarme de que la máquina está funcionando bien- sonrió.

-  Claro señor. Eso tiene mucho sentido. Disculpe mi estupidez al pretender cuestionar sus acciones.

-  No te preocupes, Damon. Yo sé por qué piensas así- contestó el Conde, en tono compasivo-. Cambiando el tema. Te he convocado también porque sé que eres el mejor agricultor de estas tierras y eso merece ser agasajado.

-  Por favor señor, no es la gran cosa- Damon pretendía aparentar desinterés hacia el cumplido del Conde Cánibe, pero su pecho se le adelantó y se hinchó de orgullo.

-  Claro que lo es- dijo el Conde, sonriendo-. Ahora a lo que vinimos. A comer. ¡La cena!

Apenas estas últimas palabras salieron de la boca del Conde, una serie de criados aparecieron con gran cantidad de fuentes y bandejas llenas de todo tipo de comidas. Pollo, pavo, carne de res, de cerdo, de cordero, de conejo, ensaladas; toda una variedad de comidas que Damon ni siquiera había soñado jamás. El olor de aquella comida eran tan exquisito y tan abrumador que llegó a marearlo por un momento, pero pudo reponerse para empezar a pasar comida de las bandejas para su plato.

Al principio trató de contenerse, pero la presencia de toda esa comida de tan buena calidad terminó por sobreponerlo y empezó a comer con las manos, a una velocidad absurda, como si nunca hubiera comido en su vida. Aunque a decir verdad, al comparar esa comida con la que él comía en su casa, era como si nunca hubiera comido en su vida.

El Conde Cánibe lo miraba con una mezcla de diversión y repulsión en su cara. Damon no levantó mucho la cara de su plato, pero cuando lo hizo, nunca vio al Conde comiendo algo. Siempre estaba cortando algo o pasando porciones de una bandeja a su plato, pero nunca lo vio masticando o llevándose algo a la boca.

Cuando Damon estuvo saciado se reclinó en el espaldar de su silla y respiraba como si acabara de correr 500 metros.

-  ¿Satisfecho Damon?- preguntó el Conde, reprimiendo una sonrisa burlona.

-  Podría apostarlo señor- contestó Damon, sobándose la panza que había crecido un par de centímetros.

-  Ya que hemos comido, Damon, cuéntame algo. ¿Qué opinas de lo que se dice de mí por ahí?

-  ¿A qué se refiere, señor?- preguntó Damon, enderezándose en su silla y sin poder ocultar del todo que estaba empezando a ponerse ansioso.

-  No te hagas el desentendido, Damon- dijo el Conde, riendo-. Yo s lo que se habla de mí. O al menos me han llegado algunos rumores… ´Quería confirmar que de verdad se dice por ahí lo que ha llegado a mis oídos. Si pudieras contarme, estaría muy agradecido…

-  Bueno señor, le contaré. Pero sólo porque usted ha insistido. Quiero que sepa que yo me rehúso a creer esa clase de cuentos de camino- Damon se acomodó en su silla. Se veía claramente incómodo, pero el Conde Cánibe lo miraba fijamente, esperando sus palabras-. Verá, al principio parecía un juego de niños. Pero empecé a escucharlo de adultos también… Dicen que usted es un monstruo, señor. Que come carne humana y también bebe sangre de personas.

En ese momento uno de los sirvientes llegó con un par de cálices de madera bellamente tallados. Dejó uno delante de cada hombre y se retiró. El Conde, con un leve gesto, invitó a Damon a que probara la bebida que tenía en frente.

Era una bebida un poco más espesa que el vino. Su sabor no era muy marcado, sin embargo a Duncan le pareció muy familiar. Le atribuyó esa familiaridad a las plantas que le habían puesto a la bebida para realzar su sabor, darle más fuerza. Antes de que pudiera preguntar acerca de la bebida que estaba degustando, el Conde habló.

-  Entonces, soy un monstruo que se alimenta de humanos- el Conde veía su cáliz con satisfacción- ¿Cómo habrán inventado esas historias?

-  No lo sé, señor- dijo Damon, con genuina ignorancia-. Ha habido desapariciones… Gritos… La gente dice que todo ha sido alrededor de su casa, señor. Pero son todo coincidencias o inventos… la verdad la gente no tiene nada concreto…- le dio otro trago a su misteriosa bebida y respiró hondo.

-  Ya…- el Conde bebió también y se quedó mirando a Damon por un rato. Luego continuó-. Dime algo, Damon. Piensa un poco y dime ¿qué tienen en común todas esas personas que han desaparecido últimamente?

Damon no pudo evitar quedarse viendo al Conde fijamente, lleno de confusión ante aquella pregunta. 

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