domingo, 28 de julio de 2013

Patria (Chávez Birthday Edition)


Patria

Orgulloso,
nos ve desde el cielo
el líder supremo que un día mandó.

Chávez, Chávez, Chávez, loquillo,
tú nos dejaste a un bigotón.
Chávez, quién lo diría,
hoy te extraña quien siempre te odió.

[Aquí les dejo un enlace para que la canten con el ritmo apropiado]


sábado, 27 de julio de 2013

Documento Intransferible (Parte II: La complejidad de las almas)

La mañana siguiente, todo lo que había sucedido en casa de Esteban se veía como un recuerdo borroso, como un sueño mal recordado, pero igual seguía sintiéndome extraño. Empecé a notar diferencias tan pronto me senté en mi cama y empecé a despertarme poco a poco. En mi mente había una confusión bastante particular. Mis recuerdos luchaban contra unos recuerdos ajenos por la prevalencia en mi memoria; era muy raro y muy difícil de creer, pero podía acceder con facilidad a los recuerdos más preciados de Esteban Valdivieso.
Obviamente, al tener sus recuerdos, me di cuenta de que también tendría algunas de sus habilidades, como hacer aros con el humo del cigarrillo, recitar el abecedario eructando o expulsar espaguetis por la nariz. Todas habilidades inservibles, pero que le servían a Esteban para entretener a la gente en las reuniones. No sabía si sentirme bien o mal por poder hacer todas esas peripecias.
Pero esto no era tan provechoso como podría parecer a simple vista. En principio, tener los recuerdos y habilidades de alguien más puede ser una ventaja, pero para mí, que no estaba acostumbrado a esto de cambiar almas, resultaba todo lo contrario. La sensación de incomodidad aún se mantenía y me afectaba en todo aspecto. Era como si no supiera utilizar mi propio cuerpo. Me tropezaba con todo, no sabía cómo vestirme. Los olores en mi propia casa me causaban náuseas y me era muy difícil distinguir las voces de mi familia. Era como si no fuera Esteban, pero tampoco fuera yo mismo. Estaba en un limbo identitario causado por el intercambio de almas.
Al salir a la calle, inmediatamente pude entender a qué hacía referencia Esteban cuando hablaba de asuntos que eran incompatibles con su alma. Aparentemente el alma de Esteban Valdivieso era bastante delicada y se resistía a muchas cosas. Era como estar enfermo del estómago y que todo el mundo te generara náuseas y malestar.
Cuando iba saliendo de la casa, mi mamá se acercó a darme un beso y pude sentir cómo desde mi pecho se generaba un sentimiento. Me vinieron unas ganas horribles de apartarla y gritarle que no me estuviera acercando sus labios babosos y llenos de nicotina a la cara otra vez. Pero pude calmarme, aguantarme y salir a la calle a probar qué otras cosas no podía hacer el alma de Esteban.
Básicamente todas las vitrinas de comidas estaban en conflicto con el alma de Esteban. Nada le producía el mínimo interés culinario. Solo un mercadillo que vendía puras verduras “artesanales” y unos batidos extraños que eran todos iguales pero con etiquetas que marcaban nombres y precios distintos.
Toda la ropa que veía por la calle me parecía fea, desactualizada o demasiado actualizada; nada parecía atinar. Excepto la ropa que estaba en el pequeño mercado de las moscas a unas cuadras de mi casa. Todo eso era genial para el alma de Esteban. Incluso terminé comprando unas camisas de satén simplemente porque no pude contener el impulso del alma de mi amigo.
Al alma de Esteban también parecía que le gustaba sacar cosas de los bolsillos y las carteras de la gente. Más de una vez sorprendí a mi propia mano moviéndose sospechosamente hacia las pertenencias de alguien más, a punto de robarse un celular, una cámara o una caja de cigarros. Esa era una maña de Esteban que no quería conocer; ahora iba a tener que estar pendiente todo el tiempo cuando ese pana estuviera cerca.
Otro problema con el alma de Esteban era su afán por caerle a cualquier cosa con cabello largo y falda. Chama que pasaba, chama a la que el alma de Esteban me impulsaba a decirle algo. Lo gracioso es que el alma de esteban era ingeniosa e inventaba los piropos más alocados de toda la ciudad, pero las muchachas volteaban y se reían pícaramente. Con razón ese carajo cuadraba tanto. Tenía talento para la cuestión.

Así me fui dando cuenta de lo complicado que es el alma de la persona, de lo enredado que es intentar ser alguien más. Así me fui dando cuenta de que la esencia de alguien es suya y de nadie más y que es muy difícil intentar compartirla o, peor aún, entenderla. Con esa experiencia tan extraña que tuve entendí que el alma debería ser un documento intransferible.

[Esto fue un mateo.com. Peace]

jueves, 18 de julio de 2013

Documento Intransferible (Parte I: La Petición de Esteban Valdivieso)

    Entonces Esteban me dijo que necesitaba prestada mi alma un momento. Me explicó, muy someramente, que debía realizar unas diligencias, unos asunticos rápidamente. El problema era que la naturaleza de aquellas vueltas que tenía que hacer no era compatible con su alma, así que necesitaba la de alguien más. Como yo siempre he sido su buen amigo, decidió pedirme prestada la mía. Con esa misma cara de extrañeza que tú debes tener ahorita, buen lector, me quedé yo viendo a Esteban Valdivieso un rato.
    Nada de lo que me había dicho tenía sentido. Pero él siempre había sido así, excéntrico, loco, estrafalario y extravagante. Era un tipo que andaba por ahí en shores anaranjados y camisa morada manga larga de satén, con un ocasional turbante turquesa y unos lentes oscuros que reflejaban en verde. Todo esto cerrado por unas desgastadas alpargatas que habían visto toda la historia de Venezuela y sus alrededores.
    Esteban Valdivieso se la pasaba hablando de las energías, de las fuerzas, de las buenas y malas vibras. Hablaba del espacio, de si estábamos o no estábamos solos en el universo y qué influencia tenían sobre nosotros esos posibles vecinos intergalácticos. Se la pasaba comprando velas de color púrpura, inciensos de aromas extraños como “aguacate”, “kiwi” o algunos con nombres más abstractos como “felicidad”, “buena fe” o “patria”.
    En la casa de Esteban Valdivieso no había muebles, sino cojines y almohadones forrados con telas curiosas esparcidos estratégicamente por el suelo, según los veinticuatro libros de Feng Shui que tenía. Tampoco había puertas, pues por designios de alguno de los diversos cultos que practicaba, las puertas estaban prohibidas por ser obstaculizadoras del libre paso de las energías cálidas. Así que, entre habitación y habitación- que me imagino que no es necesario decir que no eran muy diferentes una de otra-, lo único que había eran cortinas de una tela transparente y muy suave.
    Es así como, después del shock inicial por la petición de Esteban, logré darme cuenta que era algo que no desencajaba con aquel personaje. Me lo imaginé fácilmente despertando en la mañana y pidiéndole prestada el alma a su mamá para ir a sacar el rif o el pasaporte nuevo. Algo normal para él. Muy extraño para el resto de los mortales, como yo.
    Pero a fin de cuentas, Esteban era panita. Era un loco, pero bien agradable. Siempre regalaba comida y bebida cuando uno iba a pasar un rato en su casa. Siempre hablaba de sus particularidades, pero nunca obligaba a nadie a creer o practicar lo mismo que él, cuestión que se le agradecía enormemente, porque no hay nada más fastidioso que un fanático obligando a alguien a pensar igual que él. Así que decidí seguirle la corriente esta vez a la excentricidad de Estaban Valdivieso; decidí prestarle mi alma.
    Me citó a las nueve y media de la noche en su apartamento y si bien yo estaba ahí en la puerta desde las nueve y cuarto, no fue sino hasta que el reloj marcó exactamente la hora indicada cuando Esteban abrió la puerta. Tenía una actitud seria y ceremonial que jamás le había visto. Me invitó a pasar y me sentó en uno de los almohadones que había en el piso. Me invitó un famoso té chino o japonés que sabía únicamente a agua de arroz y me hizo esperar un rato mientras buscaba unas cosas en otro de los cuartos.
    Volvió con unos envases de vidrio, de formas que yo había visto nada más en películas. Uno muy grande, parecido a un narguile y otros dos más pequeños, que parecían propios del arsenal de cualquier bruja de Hollywood. Los dispuso estratégicamente en una mesa baja que había frente a mí y se sentó en un almohadón del otro lado de la mesa. Se quedó en silencio por unos minutos.
    Me explicó una vez más el propósito de aquella reunión, qué era lo que pretendía hacer. Aunque no me explicó exactamente por qué, se limitó a mantener su historio de “unas diligencias” que tenía que hacer y que esas diligencias no eran compatibles con su alma. Quise preguntarle qué le hacía pensar que la mía sí sería compatible, pero me quedé callado en el mismo instante en que entendí que hacer esa pregunta significaba suponer que lo que Esteban estaba haciendo tenía sentido; hacer esa pregunta suponía tomar como cierto toda aquella locura del traspaso de almas.
    Esteban prendió par de velas moradas que ya estaban en la mesa, cerró los ojos y en un rictus propio de un rito de alta seriedad e importancia, comenzó a susurrar unas palabras que nunca entendí. Habló y habló por unos minutos, al mismo tiempo que batía los brazos hacia el techo y hacia los lados y contorsionaba las manos como si fuera una bailarina de danza árabe o de flamenco.
    Ya cuando estaba a punto de reírme y decirle a Esteban que dejara la estupidez, abrió los ojos y se quedó mirándome fijamente. Una mirada vacía, horrible, perturbadora. Estuvo mirándome con fijeza durante unos cuantos minutos más. Luego, comenzó a soplar hacia el envase grande de vidrio que estaba en el centro de la mesa.
    Soplaba suavemente, como si estuviera intentando encender una parrilla. Me quedé un rato mirándolo, dándome cuenta de que para él nada de lo que estaba sucediendo ahí era un juego. Cuando desvié la mirada hacia el envase nuevamente, casi me da un infarto del susto. El envase grande de vidrio estaba lleno hasta la mitad por una especie de humo morado. Era una sustancia muy parecida al humo del cigarrillo, con la diferencia del color. Además, el contenido del envase de vidrio parecía brillar suavemente.
    Cuando Esteban terminó de soplar, me hizo un gesto con la mano, indicándome que debía hacer lo mismo. En ese punto, podrás entender estimado lector, que ya no entendía qué estaba pasando, ni estaba tan convencido de que todo fuera una loquetera de Esteban. Así que, impulsado por sabe Dios qué fuerza universal, empecé a soplar en dirección al envase de vidrio.
    Fue una sensación extrañísima. Mientras soplaba, sentía como si me desprendieran algo. Como si me quitaran una costra, pero una costra que estaba en algún lugar muy profundo dentro de mi cuerpo. Con cada soplo se desprendía más y más… y dolía. Ya cuando el envase estaba casi lleno, incluso se me escaparon unas lágrimas, pues el dolor en el pecho se había hecho casi insoportable ya. Al final, cuando el jarrón de vidrio estuvo lleno, Esteban me hizo una seña para que dejase de soplar.
    Él tomó el envase grande, lo batió un poco y procedió a llenar los frascos más pequeños que estaban en la mesa, uno frente a cada uno de nosotros. Tomó el de él y aspiró el humo morado como si fuera una pipa. Entendí que debía hacer lo mismo.
    Si la experiencia de haber “expulsado mi alma” fue extraña, la de “aspirar el alma de otro” fue muchísimo más rara. Solo lo puedo describir como ponerse los interiores de otra persona, como usar los retenedores de alguien más o pero aún… como escribir en el teclado de la computadora de otra persona. Qué sensación tan incómoda.
    Me sentía mareado, desubicado y la vista se me nubló bastante a causa de aquel humo morado. Llegué a la conclusión de que Esteban era raro y me había drogado para violarme. Así que decidí que me tenía que ir inmediatamente de ahí. Esteban no se negó, pero me dio unas indicaciones, supongo que para saber qué hacer y qué no mientras tenía su alma. Pero yo no le presté atención, quería irme inmediatamente de ahí antes de perder la virginidad que me interesaba mantener.

[To be continued y vaina...]

martes, 9 de julio de 2013

Lluvia con chispas de chocolate (2009)

Hoy recordé esto. Paradójico que lo haya escrito el mismo año que empecé la universidad. Cómo pasa el tiempo. Qué loco todo. En fin. Lo recordé porque estaba lloviendo... y porque me siento feliz...

[2009]

Lluvia con Chispas de Chocolate

La felicidad huele a lluvia
Con chispas de chocolate
Y tiene un marcado sabor agridulce
Que se queda tatuado en tus sentidos
Y te hace intentar probarla una y otra vez...

La felicidad tiene la piel tostada,
Los ojos oscuros
Y una sonora y radiante sonrisa.
Que envuelve, que hechiza
E insita a volver.

La felicidad es una fuerte bebida
Que debe ser ingerida
De manera prudente pero sustanciosa.
Pues muy poco sería insensato 
Y en demasía sería estúpido. 

La felicidad es como una llama
Que tan rápido como se enciende, se apaga.
Cuando está presente,
Es capaz de quemar a través de una mirada.
Y cuando no está
Se enfría hasta la más alegre de las almas.