lunes, 1 de junio de 2015

Nosotros los trashumantes

Cada mañana es la misma casa de dos pisos, mirando con ojos en la espalda hacia el ventanal de la oficina. Cada mañana la misma montaña de verde sólido, con delicados atavíos en color blanco nube. Cada mañana el mismo cielo denso y azulado, testigo de cualquier tipo de barbaridad en estos cuatrocientos y tantos años. Cada mañana el mismo edificio marrón de letras rojas, con el mismo señor de corbata gris asomándose de tanto en tanto a liberar un poco la carga del día de trabajo; me saluda con sonrisa triste y gesto desganado. Somos compañeros de soledad en medio de un caos que nos arrulla, pero no nos deja dormir. Cada día el mismo transcurrir incesante de carros en todas direcciones, en todas las vías, en todos los destinos. La sensación de vivir en una isla de tierra rodeada de carros por todas partes; soy un náufrago moviéndose en las turbias aguas del Metro, río subterráneo encargado de llevarnos a todos en su violenta corriente de decadencia e involución. Cada mañana la misma Ciudad. Somos nosotros los transitorios, nosotros los transeúntes, nosotros los trashumantes. Somos nosotros quienes la herimos. Ella lleva con orgullo sus cicatrices y nos invita a hundirnos en sus llagas.