viernes, 24 de septiembre de 2010

La Caja de Música (Parte I: El abuelo de Sofía)

A Sofía no le había tocado el abuelo prototipo. ¿Ese adorable anciano, rechoncho, de aspecto bonachón, cabello y barba blancos como la nieve, con una sonrisa eterna esperando por sus nietos? No. Era un chiste pensar que su abuelo podía llegar a ser así.

El señor Schwartzer era un anciano huraño. Rara vez se le vía fuera de su habitación. Nadie se quejaba de eso realmente, pues cada vez que salía, se preocupaba por que todo el que se tropezara con él recibiera una escalofriante mirada de desprecio y repulsión. Era un hombre que parecía estar molesto con la humanidad, por lo que, en los casos en los que no se podía aislar, se encargaba de que toda persona se enterara de su aversión a los humanos.

Era un hombre sombrío, misterioso. A criterio de Sofía, su abuelo era el hombre más tenebroso sobre la faz de la Tierra. Siempre vestía unas extrañas ropas que parecían sacadas de una película ambientada en la Edad Media; siempre de negro. El único color que Sofía había visto en el atuendo de su abuelo era el del anillo que el anciano llevaba en la mano izquierda: un gran anillo de oro que tenía incrustado un rubí cuyo rojo brillo podía verse a kilómetros de distancia.

El abuelo de Sofía era tan misterioso que ella nunca supo realmente su nombre. Todo el mundo en la casa lo llamaba "papá", "tío", "abuelo" o "señor Schwartzer". Cuando ella preguntaba por el nombre de su abuelo, todo el mundo evadía la pregunta con un nerviosismo evidente, como si el nombre del señor Schwartzer guardara una maldición para aquel que se atreviera a pronunciarlo en voz alta.

Aquel extraño anciano, como cabría esperarse de un personaje tan enigmático, rara vez hablaba. Considerando que prácticamente nunca tenía contacto con ningún otro humano, podría decirse que hablar no era una prioridad para él; pero es que además, sus miradas eran tan expresivas que no le hacían falta las palabras. Con sólo poner los ojos encima de alguno de los habitantes de la casa, ya esa persona sabía qué necesitaba el señor Schwartzer, dónde encontrarlo y sabía también que tenía que conseguirlo rápido.

A pesar de pensar que era un ser totalmente escalofriante, a Sofía, su abuelo le llama muchísimo la atención. Subía al último piso de la casa, repetidas veces al día, y se quedaba admirando la puerta de la habitación del anciano, observando con detenimiento la aldaba con forma de cabeza de águila. Llamaba a la puerta. No pasaba nada. Llamaba de nuevo. Nada. Al llamar por tercera vez, la puerta se abría casi de inmediato y ahí estaba su abuelo, regalándole su mejor mirada de desprecio. "Fuera de los límites" alcanzaba a decirle, con una ronca voz monocorde. Lo último que Sofía alcanzaba a ver antes de que se cerrara la puerta era ese hermoso rubí que parecía guiñarle, pícaro, desde la mano izquierda de su abuelo.

Esa escena se repetía prácticamnte todos los días. Las ganas que tenía Sofía de saber más sobre su abuelo eran muy grandes como para darse por vencida. Ella sabía que detrás de toda esa cortina de misterio había algo maravilloso esperándole. Por eso cuando su abuelo murió, más que tristeza, lo que la invadió fue una gran decepción por no haber conseguido lo que buscaba.

Fue un funeral pequeño. Básicamente la familia cercana y alguno que otro vecino que se enteró de la noticia. Pero en realidad, dadas las habilidades sociales del señor Schwartzer, era lo que se esperaba.

Todos se extrañaron cuando, uno a uno, empezaron a aparecer unos extraños personajes en la casa. De cuando en cuando entraba algún anciano, vestido de negro con ropas parecidas a las que solía vestir el señor Schwartzer, se acercaba al ataúd, murmuraba algunas palabras y luego volvía a salir, sin siquiera fijar la mirada en alguno de los miembros de la familia. Lo que más le llamó la atención a Sofía es que todos llevaban en la mano izquierda un anillo idéntico al de su abuelo.

La última de estas intrigantes personas fue una mujer, quien, a diferencia de los demás visitantes misteriosos, se veía bastante acontecida por la muerte del señor Schwartzer. Cuando ya iba de salida sus ojos se posaron en Sofía, que de manera refleja se puso de pie.

"Sofía", dijo la mujer, en una voz dulce, armoniosa "tan bella como te imaginaba. Cuidado con la bailarina, pequeña, podría quitarte el aliento". La mujer le sonrió a Sofía y siguió su camino hacia la calle, dejando a la niña ahí plantada, con más dudas de las que su joven cerebro podía asimilar.

Pero ¿quién era aquella mujer? ¿cómo era que conocía a Sofía? ¿sería que su abuelo le había hablado de ella? Jajaja, claro, como si eso fuera posible. ¿Y qué había querido decir con eso de la bailarina? ¿se estaba burlando de ella? Toda esa situación sólo hacía que su interés por su abuelo aumentara de manera imparable. Sofía sabía que las respuestas que necesitaba la esperaban detrás de aquella puerta con grabados, detrás de esa aldaba con forma de cabeza de águila. Para encontrar las respuestas que necesitaba debía entrar en aquella habitación que el anciano del anillo de oro le había dicho que estaba "fuera de los límites".


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