martes, 22 de marzo de 2011

El Don de la Palabra (Parte I: El Séptimo Hijo del Séptimo Hijo).

Era el séptimo hijo del séptimo hijo y todos sabían lo que eso significaba. Los mitos y cuentos de camino acerca de los niños nacidos con estas características eran horrendos e innumerables; pero ellos sabían que en realidad, podía ser mucho peor de lo que cualquiera podía imaginar.

Se veía tan inocente e inofensivo al nacer, que sus padres casi pasan por alto la naturaleza del niño. Por mucho que les doliera, ellos sabían lo que tenían que hacer. El niño, desde su nacimiento, debía ser condenado al silencio eterno.

Por décadas, los padres de esa familia le habían contado a sus hijos la leyenda del séptimo hijo del séptimo hijo. Se decía que el niño que naciera bajo esa condición, en esa familia, nacería con un poder tanto maravilloso como peligroso: el don de la palabra.

Pero por “don de la palabra” no se hacía referencia al hecho de que el niño creciera para ser un dicharachero, demagogo que utilizara las palabras para engañar o estafar. No. Tampoco a que el muchacho fuera capaz de hablar por horas, sin perder el hilo de su conversación. Tampoco. El Don de la Palabra era algo más grande, más poderoso, más serio.

La leyenda decía que el séptimo hijo del séptimo hijo nacería con la capacidad de hacer hechos sus ideas con sólo mencionarlas en voz alta; que sus palabras eran órdenes para el universo y éste debía obedecerlas apenas eran pronunciadas.

Ante este panorama, no era extraño que toda la familia estuviera ansiosa y hasta temerosa de lo que podía pasar. Nadie sabía si la leyenda era cierta, pues no había ningún antecedente cercano de un niño con las mismas características, pero había que tomar precauciones.

No sabían si, mientras crecía, pronunciaba algunas palabras que causaran un daño irreversible. No sabían si, al crecer, entendía las dimensiones de su poder y decidía utilizarse para beneficiarse a sí mismo, para perjudicar a otros, para hacer el mal. Así que, para evitarse eso, decidieron que lo mantendrían en silencio por siempre…

Y así fue creciendo, siendo castigado cada vez que pronunciaba una palabra, ya fuera voluntaria o accidentalmente. Creció con la idea de que él no había nacido para hablar. Lo mantenían siempre ocupado y solo la mayor parte del tiempo, para que no tuviera razones ni personas con quienes hablar. Estaba condenado al silencio eterno y no había nada que pudiera hacer, pues toda su familia estaba dispuesta a mantenerlo así… o al menos casi toda su familia.

Su hermana mayor, la única hembra entre los siete hijos, se apiadó de él desde el primer momento y siempre trató de apoyarlo y defenderlo de lo que ella consideraba era una injusticia para con su hermano. Pero realmente no había mucho que hacer cuando tenía a toda una familia en su contra.

Fue ella quien le enseñó a escribir. Al principio se comunicaban así, a través de cartas. Escribían por horas hasta que alguno de los dos se quedaba dormido. Eso para él era el cielo, pues al menos tenía un pequeño escape, una manera de desahogarse.

Con el paso del tiempo se fue dando cuenta de que su hermano no era ninguna mala persona, de que no significaba ningún peligro para nadie. Así que, poco a poco, le empezó a permitir que hablara…

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