viernes, 25 de mayo de 2012

El árbol de las frutas peculiares


Serena era la brisa que soplaba en aquel claro. Serena era la brisa que movía con calma las hojas de los árboles, las flores, la grama. Serena era la brisa que mecía de lado a lado, con lentitud, los cuerpos sin vida que colgaban de las ramas de aquel árbol solitario.

Goteaban pausadamente, decorando con su rojo vivo las raíces del árbol que les servía como última morada. Goteaban pausadamente como último acto de entretenimiento para los creadores de tan sangrienta escena.

Cantaban las aves, cantaban los insectos; cantaban ignorantes de la maldad que se respiraba en el aire. Y seguía soplando la brisa, como intentando llenar de vida a aquellos pobres inocentes que habían pagado por algo con lo que no tenían que ver en lo más mínimo.

Los rayos de sol de aquel hermoso atardecer caían directamente sobre ese espacio, tan apacible y macabro al mismo tiempo. Los rayos de sol develaban al mundo los rostros tanto de las víctimas como de los victimarios, sin embargo no había testigos en ningún lugar.

Algunos carroñeros ya empezaban a revolotear alrededor del árbol de donde colgaban aquellas frutas tan extrañas. Esperaban el momento en que el árbol estuviera completamente solo, pues todavía estaban ahí parados aquellos hombres que miraban admirados lo que habían hecho.

Sus pechos se movían, agitados. En parte por el cansancio que les generó la actividad que acababan de realizar, en parte también por esa emoción morbosa que les había producido torturar y matar.

El lento oscilar de los cuerpos que colgaban del árbol, los hipnotizaba, los calmaba, los hacía parecer inofensivos. Los hacía parecer personas normales admirando una obra de arte. Para ellos lo era.

No se habían molestado en limpiarse la sangre. La llevaban con orgullo en sus manos, piernas, torsos y caras. Las llevaban con orgullo en su ropa. Esas manchas los empoderaba, los había sentirse por encima de los demás mortales.

Dentro de su delirio, ellos eran poderosos, eran un grupo aparte de los demás. Dentro de su delirio ellos eran los jueces, eran la ley. Dentro de su delirio, ellos eran dioses. Dentro su delirio, ellos tenían la potestad para dar y quitar la vida, tenían el poder de hacer crecer en los árboles aquellas frutas extrañas de tan rojo néctar. 


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