Mostrando entradas con la etiqueta absurdo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta absurdo. Mostrar todas las entradas

jueves, 25 de mayo de 2017

Memorias de un piano profanado

Cuando vine al mundo me aseguraron que sería el rey de los instrumentos. Me llenaron la mente de promesas sobre un futuro brillante. Por mis formas, por mis sonidos, por mis detalles, me hicieron creer que solo las más excelsas melodías serían generadas en mi teclado para que pudiera contar al mundo de las bellezas que se esconden en las más ínfimas reverberaciones de una caja de resonancia.

¿Quién tiene una mente tan macabra como para hacer semejantes promesas vacías? ¿Cómo osan jugar con los sueños de un instrumento naciente de esa manera? Aquellas palabras con las que me bautizaron me hicieron creer que estaba protegido de todo dolor, exorcizado de todo mal, alejado de todo terror. Y sin embargo aquí estoy, años después, con sensación de asco por todo mi cuerpo. Eso, me siento asqueado, sucio, profanado. Por momentos deseo saltar por un edificio y ver todas mis partes desperdigadas por el suelo. No ser nunca jamás.

Trato de anular la imagen, pero siempre viene a mí: el hombre enorme y tosco, con olor a sangre seca, con ademanes sospechosos, con esas manazas detestables. Y las posó sobre mí. Se atrevió a dejar caer esos toletes de carne sobre mi teclado. Y no solo eso. Me veía con frenesí, como si supiera lo que estaba haciendo, como si estuviera arrebatado por una inspiración divina, por una musa venida del mismísimo Olimpo a investirlo con las más exquisitas habilidades para la música. Pero no. Lo que siguió a continuación solo puede ser descrito como una violación.

Aquellos dedos gordos y sin ritmo hundían sin ningún tipo de consideración todas mis piezas. Porque eso sí tendré que concederle: el tipo se esmeró en tocar cada una de mis piezas... las naturales, al menos, según lo que puedo recordar de tan fatídico momento. Sus dedos solo ratificaban su in-sentido de la armonía, su sordera para cualquier sonido que fuese delicado, su total brutalidad ante las bellezas del universo.

Recordé un consejo que me dio un instrumento más experimentado que yo, cuando apenas estaba saliendo al ruedo. Me dijo que si alguna vez me tocaba la desdicha de un ejecutante sin talento o instrucción, escogiera la canción más triste del mundo y la hiciera sonar. Decidí entonces entonar el lamento de tantas personas que, a manos del mismo papanatas que tenía encima, han pasado hambre, miedo, rabia, terror. Decidí mostrar a todo el que me pudiera escuchar la fatídica melodía de la dictadura y la opresión. Fue entonces cuando, tranquilo con mi rol de mensajero, pude dejarme ir y verlo terminar su obra siniestra como si se tratara de la más sublime sinfonía jamás escrita. 

miércoles, 11 de enero de 2017

El gran perseguidor

> En internet rueda un meme. Don Ramón frente a una pizarra, impartiendo clases. Vaya postal de la decadencia. Señala una calavera sobre dos huesos en forma de equis. Escriben, abajo, "significa peligro", haciendo referencia a la frase que pronuncia el personaje con su particular elocuencia. Como título del meme escriben "cuando Maduro anuncia un aumento de sueldo". Es así. Significa peligro.

> Puedes sentirlo reptar por las calles, moverse con sigilo por el pavimento, trepar con agilidad por las paredes de los edificios, ver desde las alturas todo su reino de caos. El sueldo mínimo, el aumento del sueldo mínimo se ha convertido en uno de los más temidos espantos del folflore venezolano.

> Sus dedos, largos y purulentos, verdes y podridos, de uñas amarillentas y olorosas, se extienden con lentitud y precisión. Alcanzan el bolsillo del venezolano y lo vacían. Por un lado lo llenan con billetes que pierden su valor al minuto. Por el otro, saca esos billetes con la misma velocidad, en la forma del aumento en los precios de todo producto cuyo precio sea aumentable. "Porque aumento el sueldo mínimo, usted entenderá".

> Un señor, en una entrevista, una vez me decía "aquí en Venezuela, lejos de alegrarnos cuando anuncian un aumento de sueldo mínimo, uno se asusta, se pone triste". Qué curioso. Venezuela representa muchas particularidades estadísticas, pero esta en particular me llama la atención. ¿En cuántos países existirá una correlación negativa entre "bienestar-país percibido" (si es que tal variable existe) y la cifra del sueldo mínimo?

> Voy con mi novia a la Universidad. Pedimos unos de esos documentos que se convierten en un amuleto para alejar(se) de todo el mal que existe en nuestro país. Nos cobran el doble de lo que indican las hojas pegadas en la cartelera. "Esos son los precios viejos, madre. Ayer los subieron todos. Al doble". Al doble. El eco del aumento de sueldo mínimo resuena en nuestros tímpanos... ¿será?

> Me pregunto también, por esta cosa de las comparaciones, en qué otros países del mundo los profesionales corremos despavoridos, siendo perseguidos por esa mano verde y asquerosa llamada "sueldo mínimo". Venezuela no debe ser el único. Pero no sé si los otros sean países a los que me quiero parecer. ¿Tiene sentido eso? ¿Tiene sentido que me tenga que preocupar tan seriamente por esa cifra y lo que puede implicar para mis ganancias?

> Resuena en las calles, en el concreto, en el asfalto, en todos lados. Suena, empieza como un murmullo, pero se convierte en un rugido. Se escucha esa frase, detestable frase, pronunciada por tantos. "Ahora estoy ganando sueldo mínimo otra vez". ¿Eran esas las reglas del juego? ¿Para eso nos inscribimos en esto? Yo creo que no.

> Indíquenme donde firmo la renuncia a todo esto.

miércoles, 7 de octubre de 2015

La Taconazo

Ser hijo único te pone en una posición particular con respecto a tus primos. Para los menores, eres una especie de hermano mayor menos punitivo. Para los mayores, en comparación con sus propios hermanos menores, eres una presa mucho más ingenua para sus engaños, triquiñuelas y relatos fantásticos.
Tuve la suerte de contar con primos creativos, que se exigían en sus historias, que intentaban estirar las líneas de su imaginación en la medida de lo posible. Recuerdo unas cuantas en específico. Hace unos diez años, por ejemplo, con el boom de CSI, una de ellas me aseguraba que ya estaba en proceso de producción CSI Caracas. Un tiempo antes de eso, uno de mis primos me relataba el misterio sobre la “Isla Moby Dick”, isla tan particular y llena de misticismo que no solo tenía la forma de la famosa ballena de ficción, sino que además proyectaba una extraña sombra en el cielo, logrando verse sobre ella siempre una nube con la misma forma del blanco cetáceo.
Sin embargo, la que he estado recordando mucho en estos días, es la de “La Taconazo”. Según la historia de mi primo, La Taconazo era un espanto. (Dado el amplio espectro de todo lo que puede o no ser un espanto en la mitología contemporánea venezolana, debo darle el beneficio de la duda a mi primo aquí y dejar en el aire la cuestión de si realmente es un espanto o un personaje más de su imaginación pre púber). La característica distinta de La Taconazo, y de ahí su título distintivo, era que siempre se la escuchaba taconear a las espaldas de la víctima. Taconeaba firme y con gran estruendo. Creo recordar algunas de estas condiciones típicas de espantos del tipo “si la escuchas taconear rápido es que está lejos, si la escuchas lento, estás jodido”. Girar a verla suponía dos resultados posibles (son los dos resultados que mi memoria ha ido mezclando con los años): o no veías a nadie pero el taconear te seguía perturbando, o la veías directo a la cara y su aspecto fantasmagórico terminaba por llevarse tu alma antes de lo previsto. En cualquier caso, lo mejor era seguir con la marcha propia lo más que se pudiera.
El punto cumbre de la historia era la forma de deshacerse de La Taconazo. “Hay que rezar el Credo al revés”, sentenció mi primo. Para un niño de unos ocho años, aquella solución apenas califica como salvación. Apenas podía recitar pasajes del Padrenuestro. Aprenderme el Credo era una empresa inimaginable. Ni hablar de aprendérmelo al revés. Recuerdo, además, haberme quedado con una duda importantísima que no quise expresarle a mi primo, por temor a parecer un ignorante: cuando se refería al Credo al revés ¿debía recitarlo invirtiendo el orden de las palabras, o debía pronunciar cada una de las palabras al revés? Esta última opción no sonaba lógica. Al final terminaría construyendo un idioma incluso más tenebroso que el espanto que debía conjurar.
Para imprimir veracidad y demostrar que no todo era oscuridad en este mundo, mi primo incluyó un caso de éxito. “El único que se ha salvado es un cura. Pero eso porque ellos, para poder ser curas, tienen que aprenderse todas las oraciones al revés”. Nosotros los mortales la teníamos más complicada. Nadie nos obligaba a aprendernos semejante oración al revés. Sólo el miedo de no ser alcanzado por los terribles pasos de La Taconazo.
A lo largo de los años siempre he llevado el recuerdo de La Taconazo conmigo. Al principio como una forma de estar alerta a cualquier paso irregular que pudiera escuchar a mis espaldas. Mientras fui creciendo y entendiendo la naturaleza real de la historia, seguía conservando aquella memoria como un souvenir que había podido rescatar de esos años ingenuos y divertidos.
Últimamente, el recuerdo de ese particular espanto ha estado muy vivo en mi mente. El estado de paranoia constante que vivimos en Caracas me hace recordar mi atención y tensión ante cualquier sonido de taconeo que escuchaba detrás de mí. Hoy en día, todos andamos por las calles capitalinas como si quisiéramos huirle a La Taconazo. La situación de inseguridad (esa “sensación” de la que hablan muchos, como si así pudieran disminuir la gravedad de lo que vivimos a diario), hace que siempre estemos girando sobre nuestros hombros, dispuestos a encontrar la nada o la cara terrible del hampa caminando hacia nosotros. Hacemos lo posible y lo imposible por alejar el mal y sus probabilidades siniestras.
Siempre que siento unos pasos sospechosos detrás de mí, recuerdo la historia. Sonrío un poco, pero apuro el paso. Nadie quiere que semejante espanto lo alcance. A veces siento que no tenemos escapatoria. A veces siento que la solución para sortear  la delincuencia puede ser tan absurda como rezar el Credo al revés.

Aún me queda la duda de los criterios de ese “al revés”.