Me gustaría estar en una de esas playas,
escuchando el cansado rumor de sus olas. Unas olas que traen ecos de vikingos y
británicos, ecos de celtas y de normandos. Porque, por alguna razón, todos esos
títulos, todos esos nombres, todos esos hombres, todos esos sonidos, me suenan
a melancolía. Y esa melancolía resuena conmigo. Y así hacemos armonía todos,
olas, playa, guijarros, nórdicos, César.
Me imagino con un suéter gris y una
capucha cubriéndome la cabeza. Las manos en los bolsillos, los hombros arriba,
pateando piedras mientras camino. Esa parece ser la forma correcta de transitar
ese tipo de playas. Además me imagino todo como parte de una escena
cinematográfica, por lo que mi presencia llena de una reflexión aparente en
aquella playa de melancolías y tristezas debe ir acompañada por una banda
sonora.
“Seaside”, de The Kooks. Esa pieza cuenta
con la carga emocional necesaria para completar mi escena de ensueño. Tiene que
ser. Me veo lanzando piedras al mar, mientras los acordes de guitarra hacen
acto de presencia y la voz de Luke Pritchard, con ese tomo ahumado y nasal que
siempre atribuyo a los cantantes británicos, hace su sugerente invitación: “Do
you want to go to the seaside?”.
El coro también
calza justo con la escena: “I’m just trying to love you in any kind of way”. Y en esa playa gris y fría, en esa soledad que me
acompaña dentro de la escena que me imagino de vez en vez, le canto esa frase a
mi ex-novia; se la canto a la chica que me gusta. Se la canto a Venezuela.
Desde una distancia más emocional que física. Me gustaría estar lejos. Me
gustaría ver el desastre desde otra acera. Me dirán cobarde y lo acepto con
tranquilidad y humildad. Soy un cobarde. Estoy aquí hoy porque no me queda de
otra, pero desearía poder huir y dejar todo esto atrás. Desearía poder seguir
la realidad a través de Instagram, de Twitter, de Facebook. Ojalá esto no fuera
tan real para mí. Me gustaría poder decirle a Venezuela: “But I find it hard to
love you when you’re so far away”. La distancia sería una excusa perfecta para
tanto desamor. Sería más fácil así.
Ese álbum tiene unos sonidos interesantes.
“Inside In/Inside Out” mezcla muy bien ciertos elementos de esa tristeza que
para mí es tan característica de los británicos, con sonidos bastante alegres y
hasta festivos. Pero siempre le puedo encontrar lo azul, lo frío, lo
melancólico (¿cuántas veces he escrito esa palabra ya en estas páginas?).
Luego de “Seaside” suena “See the World”.
Mientras que “Seaside” es una balada suave, íntima, con una belleza delicada y
una atmósfera apenas eludible. “See the World” aumenta el tempo, aumenta el
volumen, aumenta la energía. Sin embargo, su invitación me sigue manteniendo en
un estado similar al que me ha dejado la anterior. La canción comienza diciendo
“Do you want to see the world?” La respuesta a una pregunta como esa siempre es sí, sí quiero conocer el
mundo. Sí quiero explorarlo, sí quiero perderme en calles desconocidas, sí
quiero escrutar los rostros y los detalles de personas procedentes de culturas
distintas.
¿No es siempre “conocer el mundo” la
propuesta ideal, la respuesta a todo? Cuando estamos enamorados lo prometemos.
“Quiero conocer el mundo contigo, visitar cada recodo del planeta tomado de tu
mano. Quiero mochilear a tu lado, que seas mi único equipaje”. (Y luego encuentro
frases como ésta que me responden a la pregunta de por qué sigo soltero).
Cuando estamos enamorados queremos ponerle a cada ciudad de la Tierra el filtro
a través del cual estamos viendo nuestra realidad, queremos que todos los
colores del universo sean tan brillantes como los que estamos experimentando en
ese momento. Queremos que la luz de la persona que tenemos al lado brille en
cada rincón.
Pero cuando estamos despechados, “conocer
el mundo” también puede ser una respuesta. Tomar una maleta, meter un par de
piezas de ropa y lanzarse a la aventura. Conocer gente nueva, quién quita y una
finlandesa se enamora de mí, tener unos meses de pasión escandinava, partir
para siempre. Experimentar la sensación de ser exótico en una tierra foránea,
de ser un extraño en tierra extraña. Poder sanar las heridas que va dejando el
amor a punta de sellos en el pasaporte.
Pero una vez más aparece Venezuela en el
medio. Viajar está fuera de todo presupuesto. Salir del país es demasiado
cuesta arriba. No hay forma, en este momento, de que en mi casa podamos comprar
un solo pasaje de avión para cualquier lado. Esa cantidad de dinero no existe.
Y si existiera, tendríamos que destinarla a comprar comida, medicinas. Me
quiero ir del país, como muchos. Quiero perderme de todo este desastre, sentir
que estoy avanzando en otro lugar. Siento nostalgia por el presente que no
tengo aquí, siento nostalgia por el futuro que no estoy construyendo aquí,
siento nostalgia por el presente que no estoy construyendo en otro lado. Me
siento abandonado por mis amigos que se han ido, pero a la vez no puedo estar
más feliz por ellos y por lo que están logrando con tanto esfuerzo.
Por ahora, mi sueño de estar en una de
esas playas grises europeas se queda en eso, un sueño. A veces se mezcla con el
recuerdo de la vez que pude pasear por una playa en Niza, Francia. Porque en
algún momento pudimos. En algún momento pudimos salir. A veces le grito al
César de 2008 “¡Piérdete! ¡Quédate por ahí!”
Venezuela tiene playas hermosas, llenas de mujeres
hermosas, de escenas hermosas con familias compartiendo. Pero ahorita Venezuela
y yo no nos llevamos tan bien. Necesito la melancolía de una playa gris
europea. I want to go to the seaside.
No hay comentarios:
Publicar un comentario