Recuerdo
con mucha ternura cuando, por el 2014, si no me equivoco, empezó a sonar esa
frase de “ahí vienen los gochos”. En ese momento, esa parecía ser la única forma
de que los caraqueños despertáramos e hiciéramos algo por ayudar a sacar a este
gobierno del poder. Porque no estábamos haciendo nada. Un montón de guarimbas
sin propósito, ni fuerza, ni resultados. En cambio por allá por San Cristóbal
si se estaba cayendo la ciudad, se estaban cayendo los poderosos, el gobierno
reculaba, no sabía cómo entrar. Y eran tan efectiva la cruzada que estaban
llevando allá (principalmente estudiantes) que desarrollarían una Campaña
Admirable de los Andes a Caracas para resolver el problema de una vez.
“Ahí
vienen los gochos” decían, como el “Winter is coming” de la serie de George
R.R. Martin. “Ahí vienen los gochos” y recuerdo desternillarme de la risa,
llorar con las carcajadas, pensar en un montón de tachirenses viniéndose hasta
acá, quitándole el megáfono a los estudiantes apostados en Altamira y
declarando un nuevo Estado. La risa también tenía algo de angustia, pues un
panorama como ese no me generaba mucha paz. También era una risa que escondía
un poco de esperanza; la idea de que alguien iba a llegar a resolver este
rollo.
Porque,
después de todo, tenía algo de sentido. Buena parte de los presidentes que ha
tenido Venezuela, vienen de esas latitudes. Irónicamente, dos de los más
grandes dictadores de nuestra historia vinieron de allá. Pero en ese momento no
se hacían ese tipo de análisis. “Vienen los gochos” y eso es suficiente. “Vienen
los gochos” y nos van a resolver el problema, luego vemos cómo hacer para que
no se engolosinen y nos monten otra dictadura. “Ahí vienen los gochos” y
nosotros no tendremos que hacer mucho más.
Ese
era el discurso desde la oposición. Sin embargo, desde las personas que
apoyaban al gobierno la frase era otra. Igual de ominoso, igual de pavoso. Recuerdo
haber hablado con uno de mis mejores amigos de la infancia, amigo que siempre
defendió esta causa socialista. Recuerdo haber hablado con él y haber recibido
de su parte la tenebrosa frase. “Hermano, esa gente tiene que quedarse
tranquila, porque cuando bajen los barrios esto se va a poner feo”. Y desde ese
momento, el tema de “cuando bajen los barrios” comenzó a causarme el mismo tipo
de carcajadas que me generaba el “ahí vienen los gochos”. Con la diferencia de
que los barrios si los conozco (poco, pero los conozco). Con la diferencia de
que sí sé de qué son capaces algunos de los que se esconden en los barrios. Con
la diferencia de que los barrios los tengo, literalmente, a una cuadra.
Esa
frase, ese “cuando bajen los barrios” ha estado dando vueltas desde entonces. Tal
como todo lo que tiene que ver con política, la frase salta de un lado al otro,
sirviendo a la conveniencia de turno. Sin embargo, esa negra amenaza se mantiene
sobre los caraqueños, sin saber exactamente a qué atenernos en el caso de que
los barrios terminen por bajar.
***
Recientemente
estuve un par de días trabajando en Maracaibo. Es una experiencia interesante. Es
una ciudad con muchos factores favorables: buena comida, mujeres hermosas,
colores vivos (producto del sol incandescente que siempre está presente) y
edificios, cosa que para mí es de vital importancia para poder considerar
ciudad a una ciudad. El calor es tan sofocante como lo pintan y hasta peor. sin
embargo, si lo tomas como parte de toda la experiencia, hasta se hace divertido
(no tanto).
Mi
trabajo me permite moverme por el país e ir escuchando diferentes relatos sobre
la situación país. La historia central no cambia mucho. Todos estamos pasando
por una situación muy difícil de vivir y de comprender. Nadie se quiere
resignar a tener que vivir en esta Venezuela, pero la única verdad es que no
queda de otra y hay que afrontar esta realidad con fuerza, con cierta esperanza
en el futuro, aunque nos cueste tenerla.
Sin
embargo sí hay ciertos matices. Cada estado vive sus particularidades dentro de
la generalidad de la situación. En Aragua, por ejemplo, su vivencia de la
delincuencia es bien particular, por la presencia de Tocorón. En el Zulia, al
ser un estado fronterizo, el tema del “bachaqueo”, el contrabando y todas las “marañas”
similares tienen un papel protagónico en estas historias.
Dentro
de la actividad que hacía con los marabinos, les preguntaba por la situación
país actual, cómo la veían y qué creían que podía suceder como para que se
resolviera esto o, al menos para empezar a experimentar cierto tipo de cambio
en la situación que vivían actualmente. Hubo una respuesta que me sorprendió
muchísimo. Alguien me dijo “bueno, estamos esperando que los barrios allá en
Caracas bajen; cuando bajen los barrios ahí sí va a prender esto”.
Y
vino a mi mente el “Ahí vienen los gochos”. Y vino a mi mente el “nadie quiere
que bajen los barrios”. Y vino a mi mente la pregunta de “¿cómo es que esta
gente, tan lejos, está esperando que los barrios de Caracas bajen para que pase
algo en Venezuela?”. Y la siguiente pregunta que surge en mi mente tiene que
ver más conmigo y con mis angustias que con otra cosa, pero no puedo dejar de
preguntarme “¿qué esperan de nosotros?”.
Pero
es que también se han dado ciertas circunstancias como para alimentar una
especie de mito sobre lo que pudiera pasar en Caracas. Aquí en la capital, si
bien hay personas que están sufriendo con la luz y el agua, no vivimos nada
parecido a lo que se vive en el interior. Cortes de luz todos los días en
horarios rotativos. Súmale a eso un servicio de agua y de aseo deplorables. Además,
no se encuentran alimentos, medicinas, productos de primera necesidad en
general. Súmale a eso que en Maracaibo tienes que hacer colas con una sensación
térmica de 40 grados por lo menos (o así era como me sentía yo). No es que en
Caracas no suframos la situación país, pero la verdad es que estamos empezando
a sufrirla ahora, en estos últimos tres meses específicamente. En el interior
tienen meses en este rollo.
Desde
el interior ven a Caracas con ojos de molestia. No diría de odio, pero sí de
cierta suspicacia rencorosa. Se preguntan por qué no nos quitan la luz a
nosotros. Se preguntan qué pasa en Caracas que no pasa en el interior, llevando
a que nosotros tengamos un trato especial. No cambiarían sus ciudades por
Caracas, eso sí es bastante claro. Desde el interior, la capital es vista como
un eterno caos, un estrés perenne, una angustia insoportable; no cambiarían
nada de eso por sus formas amables, por sus actitudes jocosas, por su serenidad
en lo cotidiano. Posiblemente lo único que cambiarían con Caracas sería la
posibilidad de tener el servicio de luz eléctrica todo el día. Nada más.
A
pesar de eso, sentí cierta esperanza dentro de ese “que bajen los barrios”. A
fin de cuentas, el himno nos dice “Seguid el ejemplo que Caracas dio”, pero
sigo con mi angustia: ¿qué esperan de nosotros? ¿Cuál es ese ejemplo? Porque yo
veo a los barrios bajando todas las mañanas: esas personas que tienen que “bajar
a Caracas” a trabajar, a buscar comida, a buscar medicinas, a ver qué pueden
llevar de vuelta a sus casas. Todas las mañanas bajan los barrios en las formas
de jóvenes que intentan forjar un futuro a través del estudio en un país donde
el estudio ya no vale tanto como antes. Todas las mañanas bajan los barrios. Pero
algo me dice que esa no es la bajada que están esperando los maracuchos con los
que hablé.
“Allá
en Caracas no quitan la luz porque hay un poco de locos, ¿verdad? Allá en esos
barrios lo que hay es puro loco, dígalo”, me dijo uno de ellos, uno de los más
hilarantes personajes con los que me encontré en este viaje. Me reí un poco. Le
dije que no tenía idea. Le dije la verdad. Pero para ellos, lo que decían tenía
total lógica. Es en Caracas, a su juicio, donde explotará todo, porque todo
está acá, todos los poderes, todos los locos.
¿Qué
esperan de nosotros? Aparentemente, de gente como yo no esperan nada. Esperan es
que los barrios bajen. Como si supieran exactamente lo que eso puede
significar. Esperan que los barrios bajen, como si con eso se solucionara todo.
Esperan que los barrios bajen, generando una implosión con la que pudiéramos
encontrar el botón de “reset” de este país. No creo que todos en Maracaibo
estén esperando eso, pero ya que más de una persona de las que entrevisté me lo
haya dicho, termina siendo en extremo llamativo para mí.
***
Volviendo
a Caracas, me encuentro con que en esa semana que estuve en Maracaibo hubo
marchas, saqueos, disturbios, agresiones a diputados de la Asamblea Nacional.
Volviendo a Caracas estuve atascado por tres horas en una cola porque habían
asesinado a un chófer y sus compañeros trancaron la vía que conecta el
aeropuerto con la ciudad. Volviendo a Caracas me encuentro con que en muchos
sitios se dan manifestaciones, unas más pequeñas que otras, con gente gritando
simplemente “no queremos mangos, queremos comida”. Pienso que capaz los
maracuchos tenían razón. Pienso que capaz los barrios empezaron a bajar y algo
va a pasar. Hay una tensión muy particular en las calles de Caracas. Nadie sabe
nada, pero sentimos que pasa de todo.
Allá
en Maracaibo, tenía que preguntarle a las personas cuáles creían ellos que eran
las elecciones que venían. Muchos contestaban de inmediato “ojalá sea el
revocatorio”, pero existía la duda de si eso sucedería y si se darían las
elecciones de gobernadores y alcaldes. Hay cierta confusión al respecto. Una señora
me dice “tú eres el que nos deberías decir, porque tú vives en Caracas”. Le
pregunto que cómo eso puede influir en que yo maneje semejante información.
Otra contesta “es que en Caracas es donde se bate el chocolate”. Me río y me
limito a contestarle “Posiblemente. Pero en muchas ocasiones el chocolate se
bate con la tapa de la olla puesta”.
Lo
único cierto es que no sé nada.
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