sábado, 22 de diciembre de 2012

Tan macho que se la daba



En aquella cama king size, vestida con hermosas sábanas del más suave satén, yacía sin vida el acaudalado magnate Ramón Valdivieso. Apenas se notaba que estaba muerto. La cabeza caída, la boca entreabierta y los lentes un poco desencajados daban la impresión de que el hombre, ya entrado en años, simplemente se había quedado dormido después de un largo día de trabajo. La cuestión es que él ya estaba jubilado y eran las diez de la mañana.

A su lado, en actitud más bien paciente, se fumaba un cigarrillo Jimena Chacín, su mujer. Mejor dicho, una de sus mujeres, pues a Ramón Valdivieso lo que le sobraba de dinero, también le sobraba de mujeriego y aventurero. Jimena Chacín estaba esperando fumarse su cigarro para largarse de aquel lugar.

La mujer no sentía ningún tipo de temor por la situación en la que se encontraba, estando sola al lado de un hombre que acababa de morir y siendo la última en haberlo visto con vida. El hombre había muerto por causas naturales; de haber algún culpable, sería él mismo, por no haber tomado nunca en cuenta las recomendaciones de sus médicos y amigos relacionadas con sus excesos y su edad.

Aunque aquello era una verdad a medias. Ella sabía muy bien quién era el otro culpable de la muerte repentina de Ramón Valdivieso. Sin embargo, no podía delatarlo, pues el asesino aún no había nacido ni siquiera. Jimena le echó otro vistazo a la hoja en la que se reflejaban los resultados de su prueba de embarazo. Seguía indicando positivo. Como las otras doscientas veces que la había leído. Ella había podido aguantarlo; incluso le hacía ilusión la noticia. Sin embargo, el pobre Ramón quedó fulminado apenas leyó el resultado.

Ella podía imaginarse por qué. El escándalo, los chismes, los rumores, las acusaciones y señalamientos. Las ollas destapadas, las verdades descubiertas, los trapitos al sol. Todo eso que los humanos corrientes viven día a día, para una persona del tamaño de Ramón Valdivieso era un peso insoportable. Un peso que ni sus hombros ni su corazón pudieron aguantar.

Jimena Chacín se levantó de la cama, se guardó la colilla del cigarrillo en el bolsillo de su abrigo para evitar dejar su ADN por ahí y se dirigió hacia la puerta. Dejó la prueba de embarazo sobre la cama. Como siempre usaba guantes, no le preocupaba el asunto de las huellas. Dejó la prueba ahí, al lado del difunto, porque quería que supieran qué lo había matado. También se había encargado de que su nombre no apareciera en ningún lugar de la hoja, así que su identidad estaba totalmente resguardada.

Ella sabía que aquel romance tendría un final abrupto, pero nunca se imaginó que fuera de esa manera, con Valdivieso escapando por la vía de la muerte. Nunca se imaginó que su amante le reservara semejante acto de cobardía, muriendo de miedo ante un futuro que se veía complicado. En ese momento se dibujó una sonrisa en su hermoso rostro, pues se imaginó cuál sería el epitafio perfecto para la lápida del recién muerto: “Ramón Valdivieso, tan macho que se la daba”.

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