Seguiré con esta maña nueva de poner una parte del cuento para que luego, si les agrada, lo descarguen completo. Ojalá no les de flojera. Si les gusta, intenten leerlo todo, que necesito opiniones jajajaja, aquí va.
Un
Nuevo Comienzo Para El Jinete Sin Cabeza
Varias fueron las razones que
llevaron al afamado Jinete Sin Cabeza a abandonar la apacible villa de Sleepy
Hollow. En su momento, aquel lugar había sido perfecto para un ser de su clase,
tanto por la mística que rodeaba al poblado como por lo crédula de la gente que
allí vivía. Sin embargo, el sitio donde había muerto y donde reposaban sus
restos, había cambiado muchísimo en los últimos años. Ya Sleepy Hollow no era
lugar para un espanto.
El paso del tiempo había cambiado
todo. En primer lugar, el pueblo se había convertido en una ciudad. Con los
años el poblado se fue extendiendo y agrandando; cada vez había más edificios y
habitantes, lo que derivó en que el cementerio fuera movido de sitio. Ahora el
camposanto estaba ubicado en las afueras de la ciudad, por lo que era más
difícil para el Jinete salir a espantar. Tardaba mucho tiempo desde su tumba
hasta el centro de la urbe y, contrario a lo que se podría pensar, el paso de
los siglos tiene sus efectos incluso en los fantasmas, por lo que cuando el
Jinete Sin Cabeza llegaba a su destino, ya estaba muy cansado como para asustar
a alguien.
Habían cambiado también muchos
aspectos del estilo de vida de los habitantes de Sleepy Hollow, haciendo que el
trabajo del Jinete fuera más difícil. La cantidad tan alta de personas hacía
que ahora las casas y los edificios estuvieran muy juntos, de manera que no
había muchos caminos solitarios en los cuales acechar a sus víctimas. Los
medios de transporte también habían sido modificados una barbaridad. Atrás se
habían quedado los días en los que la gente se trasladaba en caballos o
carruajes; ahora utilizaban poderosas máquinas de metal que los movían de un
lado a otro en cuestión de minutos. A pesar de la potencia por la que era
reconocido su caballo, rara vez el Jinete podía alcanzar a alguno de estos
molestos artilugios.
El invento que más sacaba de quicio
al Jinete Sin Cabeza, e incluso lo hacía entrar en una profunda tristeza en
algunos momentos, era la luz eléctrica. Ya había perdido la cuenta de las veces
que había maldecido el día en que a cada persona se le dio la oportunidad de
tener luz en cualquier momento del día o de la noche. En especial odiaba la
iluminación de los caminos. Las pocas vías deshabitadas que había en la ciudad
estaban tan fuertemente iluminadas que no daban espacio a alguna sombra que
generara la más mínima sospecha, incertidumbre o temor. Bajo aquellos enormes y
poderosos reflectores, sus formas más atemorizantes quedaban convertidas en
graciosos y curiosos reflejos que los conductores ebrios atribuían al exceso de
alcohol.
Pero lo que de verdad tenía al
Jinete Sin Cabeza cuestionándose qué hacer consigo mismo, era el cambio tan
radical que se había dado en el modo de pensar de las personas en los últimos
siglos. La gente había ido cambiando sus creencias. La mística, las
explicaciones fantásticas a los hechos inexplicables, habían ido desapareciendo
lenta pero constantemente. Los relatos de espantos y monstruos habían quedado
como cuentos para niños o como excusas para crear historias de amor para
adolescentes.
Los espectros habían sido
caricaturizados y despojados de toda capacidad de asustar. Ya nadie le tenía
miedo a los fantasmas, pues las atrocidades del mundo real que ellos mismos
habían creado superaban con creces cualquier leyenda, mito o cuento de camino
que pudieran contar con el tono más aterrador.
Empezó entonces el Jinete a buscar
información sobre algún otro sitio al que migrar y penar como era debido.
Algunos rumores le llegaron acerca de las tierras del sur, muy al sur. Escuchó
que en aquellos predios, todavía las cosas eran muy parecidas a como eran en
sus años mozos. Se enteró también de que en esos territorios, las personas
todavía creían fervientemente y que estaban dispuestas a ser espantadas por un
espectro como él. Así que empacó sus pocas pertenencias- una chaqueta raída, un
sombrero de copa y un viejo acordeón-, ensilló a su portentoso caballo y
comenzó el éxodo hacia el sur, buscando lo que para él sería la tierra de la
oportunidad.
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