lunes, 28 de noviembre de 2011

Números

Erase una vez un hombre obsesionado con los números. Si tal vez has escuchado historias de este tipo, te preguntarás “¿obsesionado con los números? ¿Con qué número?”, pues bien, la respuesta es: todos. Este hombre estaba obsesionado con todos y cada uno de los números de su vida.

Pero esa obsesión tenía un origen bastante razonable. Nuestro protagonista estaba obsesionado con los números porque eran lo único que le ayudaban a recordar. Su memoria no le daba las herramientas necesarias para recuperar sus recuerdos, así que él inventó la suya propia. Los números le daban la posibilidad de tener un pasado, aprender de él y prepararse para el futuro.

Desarrolló su sistema cuando era bastante pequeño, siendo un niño de nueve años ya presentaba graves problemas de memoria. El sistema era sencillo. Por ejemplo: tomaba el número de horas que estuvo despierto, lo sumaba al total de personas que estuvo en su casa en un día determinado, lo dividía entre su edad para el momento y el número resultante era el que le recordaba su noveno cumpleaños. La parte que hacía peculiar y secreto su sistema era el hecho de que siempre cambiaba los eventos a sumar, restar, multiplicar o dividir en función del día, así que nadie nunca podía descifrar un patrón y jugar con sus recuerdos.

Podrías preguntarte “¿cómo recordaba aritmética?”. La respuesta es simple: sus habilidades no se veían afectadas por su problema de memoria, sólo sus recuerdos. También es posible que te preguntes “¿en qué manera lo ayudaban esos números a recordar?”, déjame decirte que le ayudaban de gran manera; lo increíble de la memoria de este personaje es que cuando veía sus números, los recuerdos aparecían claramente ante sus ojos, aunque por un período muy corto de tiempo. Unos minutos después su mente volvía a la oscuridad.

Cuando era niño andaba para todos lados con una pequeña libreta donde iba anotando todos los números que le servían para recordar. Había días en los que se la pasaba anotando códigos y otros, más aburridos o embarazosos, donde escribía muy pocos o ninguno.

A partir de ahí fue asociando todo con números, no sólo sus recuerdos. Lo que iba empezando como una necesidad fue tomando forma de obsesión. Con el pasar de los años, los códigos se hacían más complicados y no sólo se limitaban a sus memorias, sino a hechos triviales como la cantidad de autobuses que pasaban a diario por su cuadra.

Cuando se hizo mayor concluyó que el papel era un receptáculo muy frágil para su memoria, así que tomó la decisión de pasar la tinta de las libretas a su piel y empezó a tatuarse por todo su cuerpo los números que le servían de llaves para las puertas de su pasado.

A medida que avanzaba el tiempo, los tatuajes iban alcanzando partes de su cuerpo que no podía ver con facilidad, así que construyó en su apartamento un cuarto de espejos, donde podía mirar cada ángulo de su cuerpo y recordar lo que quisiera.

Un día se paró en el medio de su sala de espejos y empezó a repasar los números que estaban tatuados en su cuerpo. Mientras los recuerdos iban y venían en su cabeza, un pensamiento empezó a crecer en su cabeza y se fue haciendo más y más grande hasta que estalló en lo más profundo de su obsesión numérica y movió las bases de su realidad: no sabía cuántos números había tatuados en su cuerpo, lo que para él era imperdonable.

Sabía exactamente cuántos libros había en su casa, el número exacto de víveres que tenía en la despensa, cuántos miembros había en su familia desde tres generaciones atrás, sabía cuántas personas vivían en cada apartamento de su edificio, sabía cuántas veces en promedia sonreía al día la chica que vendía flores en la esquina y de esa manera, al haber una variación, darse cuenta de si pasaba algo. De esa manera, era absurda para él la idea de no saber cuántos números tenía tatuados en el cuerpo.

Rápidamente empezó a contarlos, pero eran tantos y estaban tan juntos que se perdía o los agrupaba de una manera incorrecta. Lo intentó, lo intentó, lo intentó, pero no lograba nada. Era incapaz de distinguir con claridad esos números que conocía tan bien.

Se empezó a preguntar entonces si había estado leyendo bien los números durante todo ese tiempo, si sus recuerdos eran reales, si el pasado que creía tener existía de verdad. Se desplomó en el piso y desde allí siguió intentando contar los números, empezando una y otra vez, una y otra vez…

Muchos años después, en un asilo para enfermos mentales, su cuerpo dejó de funcionar y falleció… Pero él realmente había muerto el día en que se perdió en aquel laberinto de números y recuerdos.

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