viernes, 1 de abril de 2016

La prisión de Miranda (La debacle del billete de dos)

I
Le pago al camionetero con un billete de cincuenta. Me corresponden treinta bolívares de vuelto, así que el conductor me da un billete de veinte y un fajo de billetes de dos bolívares. Tiene más paqueticos iguales. Está como muchos de nosotros: intenta deshacerse de ellos.
Es un círculo vicioso que al final termina causándome algo de gracia. Por un lado están los camioneteros, intentando que los pasajeros se lleven esos billetes lejos de su vista y de su vida. Por el otro lado estamos los usuarios, utilizando el transporte público como depositario de esos rectángulos de papel que ya tan poco nos sirven. Al final terminan yendo de allá para acá, como esos bebés pesados que nadie quiere cargar. Al pobre Francisco de Miranda no le queda de otra que ver a todo el mundo con ojos llorosos, angustiosos, suplicantes, deseando volver a ocupar orgulloso un puesto en la billetera de los venezolanos.
Por ahora nadie le hace caso.

II
El Metro está atestado y funcionando mal. ¿Lo triste?, lo triste es que ya los caraqueños hemos asumido ese sinsentido como parte de nuestra cotidianidad. “Sí, el Metro estaba horrible, pero eso es así en las mañanas, tú sabes”. Hemos naturalizado tanto el desastre que ya lo vivimos con la tranquilidad pasmosa de quien presiente que no habrá nada mejor.
Entro al vagón como puedo. Aunque en el Metro de Caracas siempre está la duda de si entraste al vagón o te hicieron entrar. De cualquier forma, busco asidero en algún lugar. En el suelo, junto a uno de los asientos, yace un billete de dos bolívares. Está doblado a la mitad, por lo que no se ve la cara de angustia de Francisco de Miranda, quien intenta pedir auxilio con la mirada. Nadie parece notar el objeto abandonado. Nadie hará el esfuerzo de agacharse y recoger ese billete en particular. No estoy seguro de si lo harían por uno de cincuenta o de cien bolívares, pero puedo estar convencido de que ese billete de dos hará varias veces el recorrido de toda la línea 1 antes de que alguien se apiade de su futuro y lo recoja.
Miranda, desde el suelo del vagón, se pregunta qué prisión es peor: La Carraca o el billete de dos bolívares.

III
Internet y sus chistes se han convertido en un excelente medio para seguir la realidad y actualidad venezolana. Hay mucho ingenio detrás de buena parte del contenido que aparece. Bastante humor de calidad y un nivel de crítica social que me parece importante en esta época de tanta impulsividad; en este país que exige inmediatismo desde sus voces más enardecidas.
Una imagen en específico se ha mantenido siempre en mi recuerdo. Un indicador de la inflación a través de la demostración de qué chucherías se pueden comprar con cada uno de los billetes venezolanos. El tema me atañe directamente. Mido mi nivel de calidad de vida en función de la cantidad de chucherías que puedo comprar con mi sueldo. Ver el problema de esa forma no fue fácil. Entender que el billete de más alta denominación de mi país no podía garantizarme ni siquiera el mejor chocolate que pudiera buscar en el territorio habla de lo insostenible de la situación.
Pero posiblemente la situación más crítica era la del billete de dos bolívares. Para efectos de la imagen (y para poder entender claramente su utilidad, desde el punto de vista del autor de la pieza visual), habían escrito sobre el billete la palabra “NADA”. Así, en mayúsculas trabadas y subrayado. Nada. No se compra ni una chuchería. Nada. Ni un caramelo de menta. Nada. Ni un caramelo artesanal de coco o jengibre. Nada. Absolutamente nada.
Desde la parte de abajo del billete, Francisco de Miranda observa la palabra escrita con marcador rojo. Marcador indeleble. No podrá eludir la nada ni exorcizarla de su billete. Miranda tendrá que vivir con la nada por un buen tiempo. Tendrá que aprender a convivir con la idea, con la certeza, de que su billete no le da acceso al venezolano a nada.

IV
El billete de quinientos bolívares con la cara del fallecido Presidente Chávez, es un fantasma que ha estado penando por las conversaciones de los venezolanos desde hace ya un buen tiempo. Recientemente, junto a su compañero de mil bolívares, esos espectros han ido ganando en corporeidad y robustez. Es muy probable que sucedan. Van a llegar. ¿Los grandes sacrificados? Los billetes de dos y de cinco.
Imagino al Negro Primero tranquilo. A fin de cuentas es muy probable que jamás haya imaginado ser ubicado en un billete. Él se puede dar por servido con lo que alcanzó. Entenderá con gallardía que es momento de dejar el trabajo y permitirle a otros próceres llevar la bandera de la economía venezolana.
Me preocupo por Miranda. El venezolano universal quedaría relegado de nuevo a un segundo plano. Y es que no es fácil. Según artículos que leí y comentarios que escuché, fabricar cada billete de dos bolívares cuesta más que su propia denominación. El billete de Miranda es como una relación amorosa en decadencia: cuesta más de lo que realmente vale. Se nos ha hecho difícil mantenerte en un lugar digno, Francisco. En todo el sentido de esa frase. Ahora ni siquiera un billete lo suficientemente robusto podemos ofrecerte. Tan solo la promesa de una desaparición.

V
En un viaje mucho más tranquilo en Metro (porque también los hay) voy sentado mientras leo un libro. A mis oídos llegan retazos de la conversación de dos muchachos. Entiendo que uno de ellos rapea, porque parece estar construyendo rimas a partir de las apariencias de quienes estamos allí. Lo está haciendo como una especie de demostración, para divertirse, sin levantar mucho la voz ni pedir dinero. Lo está haciendo simplemente porque, además del compañero con el que está hablando, está su hijo junto a él y quiere mostrarle sus habilidades. “Cuando está con mi mamá, se pone así. No quiere cantar en la calle ni rapear. Cuando sale conmigo, se pone serio”, le comenta al otro muchacho.
Ellos están hablando de colaborar musicalmente. Hablan de componer pistas, de escribir versos. Este muchacho le dice al otro que en su casa tiene todos los juguetes, que eso es casi un estudio, que ahí no hace falta más nada. El otro demuestra un entusiasmo cauteloso. Es posible que ya haya escuchado una historia similar en el pasado y no quiera dejarse llevar por la misma emoción e aquella vez.
Llega el momento en el que deben separarse, pero el muchacho del estudio se da cuenta de que no tiene el número de teléfono de su compañero. Este último empieza a dictárselo, pero el primero le dice que no, que se le va a olvidar. “Toma”, le dice, “anótalo aquí, en un billete de dos. Total, eso no sirve para nada. Toma, toma, anótalo aquí en este billete de dos”.
Me sorprendió su insistencia. Me sorprendió la indolencia con la que lo dijo. Me sorprendió verlo efectivamente sacar el billete de su bolsillo y ofrecérselo al otro muchacho, junto a un bolígrafo. Y es que para eso terminó quedando el billete de dos bolívares: un papel en blanco con diferentes marcas de agua que exhiben motivos patrióticos.

Miranda ve la escena desde su prisión de papel y no le queda de otra que seguir con la vista los trazos del muchacho que anota su número telefónico en el billete. No queda de otra, Miranda, sino aceptar con algo de orgullo la derrota y esperar una oportunidad nueva para representar alguna otra cantidad, algún otro tipo de privilegio para el venezolano. Capaz te ofrecen un ascenso y te ubican como abanderado el billete de quinientos o el de mil. Capaz simplemente te señalan como culpable de una debacle de la que poco tienes que ver. Pero esa es la característica principal de los responsables de esta crisis: jamás sus dedos se apuntarán a sí mismos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario