I
La masa de cuerpos exhaustos camina de
forma automática por la transferencia entre Plaza Venezuela y Zona Rental.
Suben el pequeño tramo de escaleras sintiendo que cada escalón los acerca más a
sus hogares. De repente, como si se tratara de una especie de Holocausto creado
por un Hitler urbano, caen encerrados en una cámara de gas. Un peo. Una
flatulencia con tamaño, peso y densidad. La pestilencia los envuelve y los hace
escupir improperios contra aquel que no pudo controlar sus intestinos. No pueden
evitarla, porque no saben de dónde viene. No pueden evitarla, porque hay tanta
gente, que moverse hacia los lados no es una opción. Lo huelen hasta que se
disipa… o hasta que se acostumbran.
Unos escalones más adelante, El Tipo se
ríe con picardía por su ocurrencia. Se regocija con los comentarios de molestia
que llegan a sus oídos. El Tipo lo ha vuelto a hacer. “Y lo que les espera para
el vagón”, piensa.
II
El Tipo se despierta a golpe de cuatro
de la tarde. Los aromas del anís y el vodka barato aún revolotean alrededor de
su armatoste de cuerpo. Se come tres arepas con mortadela que le ha hecho su
abnegada madre, se toma una taza de café bien resuelta y se siente pleno. Allá los
vecinos que dicen que no encuentran nada, que dicen que hace meses no saben lo
que es una tacita de café por las tardes. Ve con orgullo el bulto de Harina Pan
que hay en su despensa y los incontables paqueticos de cuarto de kilo de café.
Luego de reposar un poco, sale a la
calle a ver qué se consigue. Estudia las colas, saluda a vecinos y a compañeros
de faena. El Tipo encuentra un botín perfecto: pañales. El camión apenas está
llegando a la farmacia de la zona. De inmediato saca un cuaderno y anota a
las personas para organizar la distribución de productos. En una hora, ya la
repartición está lista para la madrugada siguiente.
El Tipo no tiene hijos pequeños.
III
Nuestro héroe nunca ha hecho una compra
en dólares, pero sabe a la perfección cómo lucen los billetes norteamericanos;
sabe muy bien lo que supone manejarse con la codiciada moneda. Chanchullos van
y vienen. Algunos de ellos ni siquiera son del entendimiento de El Tipo. Pero
ahí va. Firme.
El Tipo es el gran beneficiario del
control cambiario. Todos los días le prende una vela a sus santos para que la
regulación se mantenga.
IV
El Tipo sabe cómo tratar a aquellos que
no se apegan a las normas que, con trabajo duro, ha establecido. Se asegura de
que las cosas se hagan como le gustan. Cuando la gente lo ve de lejos,
reprendiendo a un empleado, hablándole con fuerza a un familiar o amenazando a
un amigo, comentan “por eso es que a ese Tipo se le dan las cosas; porque pone
carácter”.
Muchos lo ven con anhelo en los ojos y
envidia en los bolsillos. Quieren ser como él.
V
El Tipo se reclina en su silla y apoya
los pies en el escritorio. Las elecciones solo fueron un trámite. La gente lo
quiere porque es dicharachero y vivaracho. Se ríe con despreocupación y le da
una nalgada a la secretaria cuando sale. Ella se sonroja y sonríe. El corazón
le late fuerte cuando El Tipo se le acerca y le habla en la pata de la oreja. La
cantidad de mujeres que sueñan con un tipo como El Tipo, es incalculable.
Nuestro protagonista se sabe importante,
por lo que todo trámite que pase por su oficina deberá llevar su firma para ser
validado. Si no, se devuelven los papeles. Sabe también El Tipo que debe evitar
que otros que están en la posición en que él estuvo, pueden lucrarse de la
situación así como él lo hizo, así que comienza con las represiones y
restricciones.
Mientras tanto, sigue aprovechando las
oportunidades –ahora más frecuentes y tentadoras– y sigue llenando sus
bolsillos.
VI
El Tipo da gracias a la vida por haber
nacido en el país en que lo hizo. No se iría jamás. Está a gusto y feliz.
El Tipo triunfa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario