“Du hast mich gefragt und ich hab nichts gesagt”
- Rammstein
La pregunta se
elevó de sus labios y se quedó suspendida en el aire, sobre ellos, como si
fuera oxígeno alimentando los pulmones de un futuro que se pintaba incierto. Se
inhalaba la esencia de aquella proposición y se exhalaba duda total sobre lo
que debía suceder a continuación.
Se quedaron ahí
colgadas las palabras, como una nube
negra preparada para llover litros y litros de realidad sobre aquel idilio que
estaban viviendo hasta el momento y que cuidaban con dedicación meticulosa.
Cuando la
primera de esas gotas cayó sobre su frente, cuando el frío de la pregunta hizo
contacto real con su piel, con sus sentidos, con su cerebro, ella se dio cuenta
de que era demasiado tarde. Solo un segundo, incluso menos, pero lo suficiente
para romper la magia de todo el ritual. Esa fracción de segundo que hace que la
reacción se transforme por completo, de una sorpresa genuina y llena de
esperanza, a un desconcierto lleno de temor y rechazo. Un segundo tarde. Lo
suficiente para romper un corazón.
Él, de
inmediato, lo entendió. Se levantó del suelo, donde estaba apoyado con una
rodilla, mostrando el anillo que tanto se esmeró en seleccionar, y volvió a su
comida, cabizbajo. Sentía las miradas de todo el restaurante sobre él. Esa
noche volvieron a dividir la cuenta entre dos.
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