Foto por: Karen Vanessa Pita |
Abajo, en la Aldea, la
pequeña Marta lloraba y gritaba desconsolada. Aquel poderoso rayo que había
despertado a todos alrededor, había aterrizado justo en su casa. El techo salió
volando y las paredes de madera ardieron con una facilidad alarmante. Su padre,
su madre y sus hermanos pequeños se quedaron atrapados en aquel mar de humo,
llamas y escombros. Ella fue la única sobreviviente a la inclemencia del trueno
devastador. Las llamas se quedaron tatuadas en su piel y su memoria por siempre.
En su palacio en el Olimpo,
el gran Zeus organizaba una de sus legendarias bacanales. Todos los dioses,
incluso Hades, celebraban por una razón que ni el mismo Tonante conocía.
Ganimedes llevaba Néctar y Ambrosía de un lado a otro y eso era lo único que
importaba. Ya entrada la noche, Zeus, un poco ebrio por el efecto del Néctar,
tropezó accidentalmente con su hija Minerva. En el choque, uno de sus truenos
se soltó de su cinturón y fue a parar a una pequeña aldea presidida por una
majestuosa montaña. Ninguno de los dioses se percató de ese incidente. Aquella
fiesta épica, a diferencia del rayo perdido de Zeus, se quedó por siempre
tatuada en la memoria de todos los presentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario